Paisaje inicial, de José García Nieto | Poema

    Poema en español
    Paisaje inicial

    Ya todo preparado, 
    suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo 
    todo deshabitado para el tacto que estrena 
    la raíz poderosa de su hermosura fácil 
    -oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!- 
    la pared y la acacia, 
    y hasta aquella esquina que jugaba su luz indeseable, 
    y el hombre primitivo desempolvando gestos, 
    y aun el niño. 
    Sí, el niño también iba tras de su ligereza 
    comunicando brillos de estrellas trasnochadas 
    -¡Corre, que llega la sombra!- 
    Sí, hasta el niño me vio aquel silencio 
    madrugador a oscuras. 
    Y no pasaba nada; 
    ni mi inocencia lejos de los álamos 
    -mis árboles cordiales-, 
    ni un recuerdo de nieve 
    por la cabeza pálida y peinada. 
    Yo sabía mi nombre, y la hora, y la prisa, 
    porque traen las mañanas hace tiempo un mandato, 
    y creía en Dios, dulce, maravillosamente... 
    ¿Es bastante? 
    No sé quién puede levantar así, sin piedras y sin nubes 
    esta residencia ya tan cercana al cielo; 
    no sé quién puede destinar al vuelo 
    tanta arena sin ala, sin recuerdo y sin hojas; 
    pero es que estaba todo tímido y preparado, 
    también yo en mi silencio, 
    en mi ignorancia oculta, 
    como un lagarto frío entre las piedras. 
    Nadie, nadie sabía que yo hacía mis versos 
    con mi sangre cortada por el hielo del hombre. 
    Y a veces del amigo, 
    y de mí mismo a veces. 
    Nadie vio en mis mejillas 
    este revés del cielo 
    que se muere de sed inaplacable; 
    y yo iba tan despierto 
    que en este gesto triste que no sé a quién le debo 
    había una promesa rotunda de la aurora. 
    Todo estaba dispuesto, 
    y yo entré como el viento cerca de la campana, 
    por los desorbitados ojos de alguna torre. 
    Entré. 
    Preguntadme ahora cómo es mi habitación. 
    Yo os la describiré a ciegas y cantando, 
    hasta el detalle mínimo; 
    pero de aquella entrada nada sabré decir. 
    No me exijáis tampoco. 
    “No la toquéis ya más...” 
    O sí; rompedla, heridla, 
    estrujadla en las manos 
    o echádsela a los muertos, 
    “...que así es la rosa”. 

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