Canta, me dices. Y yo canto. ¿Cómo callar? Mi boca es tuya. Rompo contento mis amarras, dejo que el mundo se me funda. Sueña, me dices. Y yo sueño. ¡Ojalá no soñara nunca! No recordarte, no mirarte, no nadar por aguas profundas, no saltar los puentes del tiempo hacia un pasado que me abruma, no desgarrar ya más mi carne por los zarzales, en tu busca.
Canta, me dices. Yo te canto a ti, dormida, fresca y única, con tus ciudades en racimos, como palomas sucias, como gaviotas perezosas que hacen sus nidos en la lluvia, con nuestros cuerpos que a ti vuelven como a una madre verde y húmeda.
Eras de vientos y de otoños, eras de agrio sabor a frutas, eras de playas y de nieblas, de mar reposando en la bruma, de campos y albas ciudades, con un gran corazón de música.
Si fuera verdad que dos almas marchan juntas, sin conocerse sus cuerpos; si fuese verdad que se han tocado desde siempre, que bebieron la misma luz, que el mismo destino las mece; si fuera verdad que son hojas del mismo arbusto, eterno y verde;
Por más que intente al despedirme guardarte entero en mi recinto de soledad, por más que quiera beber tus ojos infinitos, tus largas tardes plateadas, tu vasto gesto, gris y frío, sé que al volver a tus orillas nos sentiremos muy distintos.
La gaviota sobre el pinar. (La mar resuena). Se acerca el sueño. Dormirás, soñarás, aunque no lo quieras. La gaviota sobre el pinar goteado todo de estrellas.
Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra. Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores. Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa