Si fuera verdad que dos almas, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    Si fuera verdad que dos almas

    Si fuera verdad que dos almas 
    marchan juntas, sin conocerse 
    sus cuerpos; si fuese verdad 
    que se han tocado desde siempre, 
    que bebieron la misma luz, 
    que el mismo destino las mece; 
    si fuera verdad que son hojas 
    del mismo arbusto, eterno y verde; 
    si fuera verdad que su gloria 
    se cumple el día aquel que tienen 
    los ojos del alma gemela 
    fijos en su carne evidente; 
    si fuera verdad todo eso, 
    cómo aquel día de septiembre 
    no te busqué, llamé, llevé, 
    cómo ignoraba que existieses, 
    cómo no detuve la estrella 
    que te enrojecía la frente; 
    cómo podía yo cantar 
    bajo la llama del poniente; 
    cómo podía no existir 
    tu pasado de ahora, doliéndome. 
    Cómo ha podido ser. Y cómo 
    no lo impedí, con uñas, dientes, 
    corazón... 

    Si fuera verdad que 
    dos almas, sin conocerse 
    sus cuerpos, vibran, marchan juntas 
    hacia el mismo nido caliente, 
    cómo aquel día por la calle 
    disparada contra el poniente, 
    cómo aquel día de luz honda, 
    dorada y grave de septiembre, 
    cómo aquel día no sentí 
    que me traspasaba la muerte. 
    Campanas de oro. En la noche 
    doblan, descienden al sueño. 
    Campanadas de oro van 
    midiéndonos. 

    Apresa, al pasar, la mano 
    un desconocido fuego. 
    Pero todo es lejanía 
    y el tiempo 
    no tiene ya calidad, 
    ni dueño. 
    El fuego está helado, el mundo 
    remoto se da al misterio. 
    Y no sé si estamos vivos 
    o muertos. 

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar. 

    • El alemán de Bonn identificaba 
      todos los sones de la naturaleza: 
      el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, 
      el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. 
      Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: 
      fue la primera señal de alarma. 

    • Las nubes puestas a secar al sol. 
      Los ciruelos condecorados por la primavera. 
      Abril, de manos húmedas, 
      acaricia la frente de los arces. 
      La lengua púrpura del atardecer 
      lame la curva de las lomas de plomo 
      y las convierte en carne tibia. 

    • Esta casa no es la que era. 
      En esta casa había antes 
      lagartijas, jarras, erizos, 
      pintores, nubes, madreselvas, 
      olas plegadas, amapolas, 
      humo de hogueras... 
      Esta casa 
      no es la que era. Fue una caja 
      de guitarra. Nunca se habló 

    • Tal vez porque cantamos embriagados la vida 
      crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. 
      Puedes aproximarte, puedes tocar la herida 
      de amargura y de sangre hasta los bordes llena. 

    • Sé que el invierno está aquí, 
      detrás de esa puerta. Sé 
      que si ahora saliese fuera 
      lo hallaría todo muerto, 
      luchando por renacer. 
      Sé que si busco una rama 
      no la encontraré. 
      Sé que si busco una mano 
      que me salve del olvido 

    • En esta encrucijada, 
      flagelada por vientos de dos ríos 
      que despeinan la calle y la avenida, 
      pisoteada su negrura por gaviotas de luz, 
      descienden las palabras a mi mano, 
      picotean los granos de rocío, 
      buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.