La casa, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    La casa

    Esta casa no es la que era. 
    En esta casa había antes 
    lagartijas, jarras, erizos, 
    pintores, nubes, madreselvas, 
    olas plegadas, amapolas, 
    humo de hogueras... 
    Esta casa 
    no es la que era. Fue una caja 
    de guitarra. Nunca se habló 
    de fibromas, de porvenires, 
    de pasados, de lejanías. 
    Nunca pulsó nadie el bordón 
    del grave acento: ‘nos queremos, 
    te quiero, me quieres, nos quieren...’ 
    No podíamos ser solemnes, 
    pues qué hubieran pensado entonces 
    el gato, con su traje verde, 
    el galápago, el ratón blanco, 
    el girasol acromegálico... 

    Esta casa no es la que era. 
    Ha empezado a andar, paso a paso. 
    Va abandonándonos sin prisa. 
    Si hubiera ardido en pompa, todos 
    correríamos a salvarnos. 
    Pero así, nos da tiempo a todo: 
    a recoger cosas que ahora 
    advertimos que no existían; 
    a decirnos adiós, corteses; 
    a recorrer, indiferentes, 
    las paredes que tosen, donde 
    proyectó su sombra la adelfa, 
    sombra y ceniza de los días. 
    Esta casa estuvo primero 
    varada en una playa. Luego 
    puso proa a azules más hondos. 
    Cantaba la tripulación. 
    Nada podían contra ella 
    las horas y los vendavales. 
    Pero ahora se disuelve, como 
    un terrón de azúcar en agua. 
    Qué pensará el gato feudal 
    al saber que no tiene alma; 
    y los ajos, qué pensarán 
    el domingo los ajos, qué 
    pensarán el barril de orujo, 
    el tomillo, el cantueso, cuando 
    se miren al espejo y vean 
    su cara cubierta de arrugas. 
    Qué pensarán cuando se sepan 
    olvidados de quienes fueron 
    la prueba de su juventud, 
    el signo de su eternidad, 
    el pararrayos de la muerte. 

    Esta casa no es la que era. 
    Compasivamente, en la noche, 
    sigue acunándonos 

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar. 

    • El alemán de Bonn identificaba 
      todos los sones de la naturaleza: 
      el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, 
      el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. 
      Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: 
      fue la primera señal de alarma. 

    • Las nubes puestas a secar al sol. 
      Los ciruelos condecorados por la primavera. 
      Abril, de manos húmedas, 
      acaricia la frente de los arces. 
      La lengua púrpura del atardecer 
      lame la curva de las lomas de plomo 
      y las convierte en carne tibia. 

    • Esta casa no es la que era. 
      En esta casa había antes 
      lagartijas, jarras, erizos, 
      pintores, nubes, madreselvas, 
      olas plegadas, amapolas, 
      humo de hogueras... 
      Esta casa 
      no es la que era. Fue una caja 
      de guitarra. Nunca se habló 

    • Tal vez porque cantamos embriagados la vida 
      crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. 
      Puedes aproximarte, puedes tocar la herida 
      de amargura y de sangre hasta los bordes llena. 

    • Sé que el invierno está aquí, 
      detrás de esa puerta. Sé 
      que si ahora saliese fuera 
      lo hallaría todo muerto, 
      luchando por renacer. 
      Sé que si busco una rama 
      no la encontraré. 
      Sé que si busco una mano 
      que me salve del olvido 

    • En esta encrucijada, 
      flagelada por vientos de dos ríos 
      que despeinan la calle y la avenida, 
      pisoteada su negrura por gaviotas de luz, 
      descienden las palabras a mi mano, 
      picotean los granos de rocío, 
      buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.