Apagamos las manos, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    Apagamos las manos

    Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna 
    y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra. 
    Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores. 
    Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa 
    hacia su patria remota. 
    (Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga 
    sobre las olas.) 

    Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices 
    y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra. 
    Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños. 
    Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca. 

    Antes, entonces, con qué gozo ardiente, 
    con qué prodigioso encenderse de aurora 
    modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras, 
    nuestra cálida hora. 
    Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso 
    pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia. 

    Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices 
    y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra. 
    Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego, 
    como astros sin luz que se ignoran. 
    Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos 
    mientras en torno el amor se desploma. 

    Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.) 
    Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca. 
    Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo 
    que el alma se niega si el cuerpo se niega. 
    Que nunca se logra si el cuerpo se logra. 

    Dejamos encima del mar marchitarse la luna. 
    Cómo errar, por los años, sin gloria. 
    Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños 
    que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran. 
    Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma 
    es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda. 

    Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos, 
    sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar. 

    • El alemán de Bonn identificaba 
      todos los sones de la naturaleza: 
      el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, 
      el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. 
      Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: 
      fue la primera señal de alarma. 

    • Las nubes puestas a secar al sol. 
      Los ciruelos condecorados por la primavera. 
      Abril, de manos húmedas, 
      acaricia la frente de los arces. 
      La lengua púrpura del atardecer 
      lame la curva de las lomas de plomo 
      y las convierte en carne tibia. 

    • Esta casa no es la que era. 
      En esta casa había antes 
      lagartijas, jarras, erizos, 
      pintores, nubes, madreselvas, 
      olas plegadas, amapolas, 
      humo de hogueras... 
      Esta casa 
      no es la que era. Fue una caja 
      de guitarra. Nunca se habló 

    • Tal vez porque cantamos embriagados la vida 
      crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. 
      Puedes aproximarte, puedes tocar la herida 
      de amargura y de sangre hasta los bordes llena. 

    • Sé que el invierno está aquí, 
      detrás de esa puerta. Sé 
      que si ahora saliese fuera 
      lo hallaría todo muerto, 
      luchando por renacer. 
      Sé que si busco una rama 
      no la encontraré. 
      Sé que si busco una mano 
      que me salve del olvido 

    • En esta encrucijada, 
      flagelada por vientos de dos ríos 
      que despeinan la calle y la avenida, 
      pisoteada su negrura por gaviotas de luz, 
      descienden las palabras a mi mano, 
      picotean los granos de rocío, 
      buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.