Cae el sol, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    Cae el sol

    Perdóname. No volverá a ocurrir. 
    Ahora quisiera 
    meditar, recogerme, olvidar: ser 
    hoja de olvido y soledad. 
    Hubiera sido necesario el viento 
    que esparce las escamas del otoño 
    con rumor y color. 
    Hubiera sido necesario el viento. 

    Hablo con la humildad, 
    con la desilusión, la gratitud 
    de quien vivió de la limosna de la vida. 
    Con la tristeza de quien busca 
    una pobre verdad en que apoyarse y descansar. 
    La limosna fue hermosa —seres, sueños, sucesos, amor 
    don gratuito, porque nada merecí. 

    ¡Y la verdad! ¡Y la verdad! 
    Buscada a golpes, en los seres, 
    hiriéndolos e hiriéndome; 
    hurgada en las palabras; 
    cavada en lo profundo de los hechos 
    —mínimos, gigantescos, qué más da: 
    después de todo, nadie sabe 
    qué es lo pequeño y qué lo enorme; 
    grande puede llamarse a una cereza 
    («hoy se caen solas las cerezas», 
    me dijeron un día, y yo sé por qué fue), 
    pequeño puede ser un monte, 
    el universo y el amor. 

    Se me ha olvidado algo 
    que había sucedido. 
    Algo de lo que yo me arrepentía 
    o, tal vez, me jactaba. 
    Algo que debió ser de otra manera. 
    Algo que era importante 
    porque pertenecía a mi vida: era mi vida. 
    (Perdóname si considero importante mi vida: 
    es todo lo que tengo, lo que tuve; 
    hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido 
    a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos, 
    colgado en el vacío, 
    sin esperanza). 

    Pero se me ha borrado 
    la historia (la nostalgia) 
    y no tengo proyectos 
    para mañana, ni siquiera creo 
    que exista ese mañana (la esperanza). 
    Ando por el presente 
    y no vivo el presente 
    (la plenitud en el dolor y la alegría). 
    Parezco un desterrado 
    que ha olvidado hasta el nombre de su patria, 
    su situación precisa, los caminos 
    que conducen a ella. 
    Perdóname que necesite 
    averiguar su sitio exacto. 

    Y cuando sepa dónde la perdí, 
    quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale 
    tanto como la vida para mí, que es su sentido. 
    Y entonces, triste, pero firme, 
    perdóname, te ofreceré una vida 
    ya sin demonio ni alucinaciones. 

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar.