Astarnuz, de José María Álvarez | Poema

    Poema en español
    Astarnuz

    Algún Dios de amor avía 
    Cartagena 

     
    Como la adormidera del desierto 
    Juan Arolas 

     
    La súbita luz de este conocimiento, 
    surgido en medio del horror, 
    obró un efecto extraordinario en mí 
    Henry James 

     
    Son cosas que suceden 
    en los hoteles. Cuando un hombre 
    llega, aburrido, tira 
    la chaqueta en la cama, se sirve un vodka, y 
    con rostro impenetrable 
    conecta el aparato de la televisión. 

    Es raro que acontezca 
    algo notable. Pero 
    aquella noche -oh ebria la Fortuna- 
    nada más encenderse, 
    apareció en pantalla un rostro único, 
    admirable, perfecto, inteligente, 
    cómplice. 
     Me aguardaba 
    como las panteras acechan a su presa. 
    Era Sharon Stone. 
    Me dije: No es posible. 
    Y contemplé la imbecilidad de aquella película 
    como cuando recorro el Canal Grande de Venezia, 
    sin dejar de asombrarme. 
    No es que uno sea demasiado impresionable. 
    Le aseguro al lector haber pasado 
    trances de esta índole, muy altos. 
     Pero 
    el gesto y la mirada de la Stone, 
    son otra cosa. Y 
    si entonces -y hoy- porque ese rostro, 
    esa boca, esos ojos, ese gesto 
    estuviera en mi cama, me pidieran 
    releer ya nunca a Stendhal, yo aceptara. 
    Porque gozar a una mujer así 
    no es placer inferior 
    ni acaso de otra especie 
    que escuchar la Misa en sí menor de Bach en Chartres, 
    que acarician la carne del crepúsculo sobre Istanbul 
    o que leer a Píndaro en voz alta 
    desde Delfos. Meter la lengua en esa boca 
    y recibir la suya, debe ser 
    ¡Dios! como la sacudida en la inteligencia cuando 
    se lee a Shakespeare o a Borges, o a Nabokov, como 
    lo que debió sentir Colón 
    al oler la tierra. Sentir cómo ese cuerpo se abandona al placer, 
    ver enturbiarse esa mirada, 
    no es de rango menor 
    que comprender el Panteón. 
     Y 
    hay que ver, todo eso, 
    con la cantidad de excitantes pensamientos 
    a que después diera lugar, con lo que ha enriquecido 
    mi vida y mi memoria, 

    es algo que sucede, así, sin pretenderlo, 
    una noche de tantas, 
    por ir a dar una conferencia en Barcelona, 
    en una habitación 
    de hotel, de pronto, como dicen 
    que veía 
    Mozart, 
    o los santos, 
    a Dios. 

    • El sacrificio ha sido favorable 
      Aristófanes 

       
      La gloria conquistada por los adolescentes 
      Píndaro 

       
      El otro día, hojeando un viejo álbum 
      de fotografías, 
       apareciste. En una playa 
      que ciega el sol (seguramente,