La gloria conquistada por los adolescentes Píndaro
El otro día, hojeando un viejo álbum de fotografías, apareciste. En una playa que ciega el sol (seguramente, Le Lavandou), orgullosa y alegre sobre las brasas
de aquel Verano.
Como un pinchazo esa imagen me trae algo de la pasión que sacudió esos días. Contemplé largo rato la fotografía: tus ojos dichosos, tu boca, esa mano que desenfocada parece querer tapar el objetivo.
¿Te das cuenta? No has envejecido. Dios sabe dónde estarás, ni siquiera si aún vives. Pero ahí, ah cómo brilla intacta tu sonrisa, los crepitantes ojos del deseo.
Te había olvidado. Pero ahora que esa fotografía te devuelve, me doy cuenta de cómo la memoria generosa te había guardado sin decírmelo para darme algún día este regalo. Poder casi tocar un instante de felicidad.
Tanto se ha ido...
y entonces apareces tú, en esa playa de la juventud, y me haces este regalo, la posibilidad de que viva en alguien el que fui, la imagen deseada de quien era, esa que hasta yo mismo ya he olvidado. Porque igual que la otra tarde tú viniste puede que alguna vez, si tu recuerdas esos días, de ellos emerja un joven mediterráneo y sonriendo y recuerdes el placer de esas horas y algo de la pasión que entonces abrasó nuestros cuerpos aún te toque.