He dormido esta noche en el monte con el niño que cuida mis vacas. En el valle tendió para ambos el rapaz su raquítica manta ¡y se quiso quitar-¡pobrecito!- su blusilla y hacerme almohada! Una noche solemne de junio, una noche de junio muy clara... Los valles dormían, los búhos cantaban, sonaba un cencerro, rumiaban las vacas... y una luna de luz amorosa, presidiendo la atmósfera diáfana, inundaba los cielos tranquilos de dulzuras sedantes y cálidas. ¡Qué noches, qué noches! ¡Qué horas, qué auras! ¡Para hacerse de acero los cuerpos! ¡Para hacerse de oro las almas! Pero el niño ¡qué solo vivía! ¡Me daba una lástima recordar que en los campos desiertos tan solo pasaba las noches de junio rutilantes, medrosas, calladas, y las húmedas noches de octubre, cuando el aire menea las ramas, y las noches del turbio febrero, tan negras, tan bravas, con lobos y cárabos, con vientos y aguas!... ¡Recordar que dormido pudieran pisarlo las vacas, morderle en los labios horrendas tarántulas, matarlo los lobos, comerlo las águilas!... ¡Vaquerito mío! ¡Cuán amargo era el pan que te daba! Yo tenía un hijito pequeño -hijo de mi alma, que jamás te dejé si tu madre sobre ti no tendía sus alas!- y si un hombre duro le vendiera las cosas tan caras!... Pero ¿qué van a hablar mis amores, si el niñito que cuida mis vacas también tiene padres con tiernas entrañas? He pasado con él esta noche, y en las horas de más honda calma me habló la conciencia muy duras palabras... Y le dije que sí, que era horrible..., que llorándolo el alma ya estaba. El niño dormía cara al cielo con plácida calma; la luz de la luna puro beso de madre le daba, y el beso del padre se lo puso mi boca en su cara. Y le dije con voz de cariño cuando vi clarear la mañana: -¡Despierta, mi mozo, que ya viene el alba y hay que hacer una lumbre muy grande y un almuerzo muy rico... ¡Levanta! Tú te quedas luego guardando las vacas, y a la noche te vas y las dejas... ¡San Antonio bendito las guarda!... Y a tu madre a la noche le dices que vaya a mi casa, porque ya eres grande y te quiero aumentar la soldada...
Vagando va por el erial ingrato, detrás de veinte cabras, la desgarrada muchachuela virgen, una broncínea enflaquecida estatua. Tiene apretadas las morenas carnes, tiene ceñuda y soñolienta el alma, cerrado y sordo el corazón de piedra,