Elegía, de José María Gabriel y Galán | Poema

    Poema en español
    Elegía

       I 


    No fue una reina 
    de las Españas, 
    fue la alegría 
    de una majada. 
    Trece años cumple 
    para la Pascua 
    la cabrerilla 
    de Casablanca. 
    Su pobre madre 
    sola la manda 
    todas las tardes 
    a la majada. 
    Lleva ropillas, 
    lleva viandas 
    y trae jugosa 
    leche de cabras. 
    Vuelve de noche, 
    porque es muy larga, 
    porque es muy dura 
    la caminada 
    para un asnillo 
    que apenas anda, 
    ¡Qué miedo lleva! 
    Pero lo espanta 
    con el sonido 
    de sus tonadas. 
    Canta con miedo, 
    de miedo canta. 
    ¡Son tan profundas 
    las hondonadas 
    y tan espesas 
    todas las matas!... 
    ¡Son tan horribles 
    las noches malas, 
    cuando errabundas 
    aullando vagan 
    lobas paridas 
    por las cañadas 
    con unos ojos 
    como las brasas!... 
    ¡Son tan medrosas 
    las noches claras, 
    cuando en los charcos 
    cantan las ranas, 
    cuando los búhos 
    ocultos graznan, 
    cuando hacen sombra 
    todas las matas 
    y se menean 
    todas las ramas!... 
    Los viejos hombres 
    de la majada 
    la quieren mucho 
    porque es tan guapa, 
    porque es tan buena, 
    porque es tan sabia. 
    Pero a un despierto 
    zagal de cabras, 
    que cumple trece 
    para la Pascua, 
    no sé con ella 
    lo que le pasa, 
    que algunas veces, 
    al contemplarla, 
    se pone trémula 
    su barba pálida 
    y entre sus párpados 
    tiemblan dos lágrimas... 
    Nadie ha sabido 
    que la regala 
    dijes y cruces 
    de Alcaravaca 
    de bien pulido 
    cuerno de cabra. 
    Cuando ella viene 
    con la vianda 
    ¡le da más gusto!... 
    ¡Le da más ansia, 
    le da más pena 
    cuando se marcha!... 
    ¡Como que toda 
    la noche pasa 
    llorando quedo 
    sobre la manta 
    sin que lo sepan 
    en la majada! 



       II 


    ¡Ay, pobre madre, 
    cómo gritaba, 
    despavorida, 
    desmelenada! 
    ¡Ay, los cabreros 
    cómo lloraban, 
    apostrofando, 
    ciegos de rabia! 
    ¡Cómo corrían 
    y golpeaban 
    con los cayados 
    peñas y matas! 
    ¡Y eran muy pocas 
    todas las lágrimas 
    que de los ojos 
    se derrumbaran! 
    ¡Y eran pequeñas 
    todas las ansias 
    y las torturas 
    de las entrañas! 
    ¿Quién nunca ha visto 
    desdicha tanta? 
    ¡La cabrerilla 
    de Casablanca 
    por fieros lobos 
    ¡ay! devorada! 
    Sangre en las peñas, 
    sangre en las matas, 
    ¡la virgencita, 
    desbaratada! 
    Todo en pedazos 
    sobre la grava: 
    los huesecitos 
    que blanqueaban, 
    la cabellera 
    presa en las matas, 
    rota en mechones 
    y ensangrentada... 
    Los zapatitos, 
    las pobres sayas 
    todas revueltas 
    y desgarradas!... 
    Loca la madre, 
    que miedo daba 
    de ver los rayos 
    de sus miradas, 
    de oir los timbres 
    de sus palabras, 
    y el cabrerillo 
    de la majada 
    mudo y atónito 
    temiendo estaba 
    con los ojazos 
    llenos de lágrimas, 
    despavorido 
    como zorzala 
    de un aguilucho 
    presa en las garras. 
    ¿Cómo los árboles 
    no se desgajan? 
    ¿Cómo las peñas 
    no se quebrantan, 
    y no se enturbian 
    las fuentes claras 
    y no ennegrecen 
    las nubes blancas? 
    Ya vienen hombres 
    con unas andas, 
    con unos paños, 
    con una sábana; 
    los despojitos 
    en ella guardan 
    y se los llevan 
    a Casablanca. 
    Y al cabrerillo 
    nadie lo llama, 
    pero él camina 
    tras de las andas 
    mirando a todos 
    con la mirada 
    de herido pájaro 
    que en torno vaga 
    de los verdugos 
    que le arrebatan 
    el dulce nido 
    donde habitaba. 
    ¡Ay, virgencita 
    de Casablanca! 
    ¡Ay, cabrerillo 
    de la majada! 



       III 


    Su padre silba, 
    su padre llama, 
    porque el muchacho 
    deja las cabras 
    junto a las siembras 
    abandonadas 
    y en los jarales 
    oculto pasa 
    tardes enteras, 
    largas mañanas... 
    ¿Qué es lo que hace? 
    ¿Por qué se guarda? 
    Pues es que a solas 
    las horas pasa, 
    pule que pule, 
    taja que taja, 
    llora que llora, 
    ciego de lágrimas... 
    Que dos veneras 
    finas prepara 
    de bien pulido 
    cuerno de cabra, 
    porque una noche 
    quiere llevarlas 
    al camposanto 
    de Casablanca...