Vagando va por el erial ingrato, detrás de veinte cabras, la desgarrada muchachuela virgen, una broncínea enflaquecida estatua. Tiene apretadas las morenas carnes, tiene ceñuda y soñolienta el alma, cerrado y sordo el corazón de piedra, secos los labios, dura la mirada... Sin verla ni sentirla la estéril vida arrastra encima de unas tierras siempre grises, debajo de unas nubes siempre pardas. Come pan negro, enmohecido y duro, bebe en los charcos pestilentes aguas, se alberga en un cubil, viste guiñapos, y se acuesta en un lecho de retamas. No sueña cuando duerme, no piensa cuando vela desvelada; si sufre, nunca llora; si goza, nunca canta, y vive sin terrores ni deleites, que no la dicen nada ni los fragores de las noches negras, ni los silencios de las noches diáfanas, ni el rebullir del convecino sapo, ni los aullidos de la loba flaca que yerra sola venteando carne de chivos y de cabras. Nunca sintió las alboradas tristes, nunca sintió las bellas alboradas, ni el ascender solemne de los días ni la caída de las tardes mansas, ni el canto de los pájaros, ni el ruido de las aguas, ni las nostalgia del rumor del mundo, ni los silencios que el erial encalman. Su padre fue el pecado, su madre, la desgracia, y otra pareja infame de carne estéril y de infames almas, la robó de la cuna de los huérfanos con hórrida codicia calculada. El mirar de sus ojos ofendidos por el erial resbala como el osado pensamiento humano que osa escrutar los reinos de la nada. Ciegos los ojos, sordos los oídos, la lengua muda y soñolienta el alma, vagando va por el erial escueto detrás de veinte cabras que las tristezas del silencio ahondan con la música opaca del repicar de sus pezuñas grises sobre grises fragmentos de pizarras...
Vagando va por el erial ingrato, detrás de veinte cabras, la desgarrada muchachuela virgen, una broncínea enflaquecida estatua. Tiene apretadas las morenas carnes, tiene ceñuda y soñolienta el alma, cerrado y sordo el corazón de piedra,