¡Desque toqué, señora, vuestra mano
blanca y desnuda en la brillante fiesta,
en el fiel corazón intento en vano
los ecos apagar de aquella orquesta!
Aquí está el pecho, mujer,
que ya sé que lo herirás;
¡más grande debiera ser,
para que lo hirieses más!
Porque noto, alma torcida,
que en mi pecho milagroso,
mientras más honda la herida,
es mi canto más hermoso.