La cuna vacía, de Juan Antonio Cavestany | Poema

    Poema en español
    La cuna vacía

       I 


    La dulce princesa de un reino de Oriente 
    Llevaba en el surco marcado en su frente 
    La huella profunda de oculto dolor: 
    Doncellas y pajes, con ánimo inquieto, 
    En vano intentaban saber su secreto; 
    Secreto, sin duda, de males de amor. 

    ¿Por quién llorar puede la hermosa princesa? 
    ¿Por qué la corona le irrita y le pesa? 
    ¿Por qué su hermosura no quiere adornar, 
    Ni apenas recoge, como antes solía, 
    Los rubios cabellos, cual hebras del día 
    Que bajan humildes sus pies á besar? 

    Sus ojos azules, tan tristes ahora, 
    No tienen, como antes, destellos de aurora; 
    Tristeza de ocaso su luz empañó. 
    ¿Qué oculta en su pecho, de amores morada. 
    La rubia princesa, la rosa tronchada?... 
    ¡Tronchada y apenas sus hojas abrió! 



       II 


    Vagaba una tarde florida y serena 
    La pálida virgen, la blanca azucena, 
    Mirando á las olas la playa bordar... 
    Del sol á los vivos ponientes reflejos, 
    Su vista buscaba muy lejos, muy lejos... 
    Allá, donde se unen el Cielo y el Mar. 

    Sondaba afanosa la azul lejanía, 
    Buscando algo en ella que no descubría, 
    Tal vez de la niebla perdido en el tul... 
    Sus ojos, ansiando rasgar ese velo, 
    Decir parecían al agua y al cielo: 
    ¿Miradnos despacio; copiad nuestro azul. 

    Un paje al mirarla, su paje querido, 
    Sin duda el más bello y el más atrevido, 
    Se acerca á la hermosa princesa ideal; 
    Con gesto gracioso saluda y se inclina, 
    Y asi le pregunta con voz argentina: 
    -¿Qué tienes, Señora? ¿Quién causa tu mal? 

    Yo sé muchos cuentos y trovas de amores; 
    Sé historias de ninfas, de guerras, de flores, 
    Que son en las penas de extraña virtud. 
    ¿Cuál de ellas te canto? Mi voz vibra y besa. 
    Por darte consuelo, mi dulce princesa, 
    Los dedos y el alma pondré en el laúd. 

    - No cantes, mi paje; tus trovas no quiero. 
    - ¿Qué anhelas entonces?~Que venga el que espero 
    La rubia princesa responde al doncel. 
    - Le estoy aguardando de noche y de día, 
    Y el Hada me dijo que no tardaría... 
    La vida y el trono me sobran sin él. 

    De pronto un objeto, rompiendo la bruma 
    Y envuelto en un nimbo de luz y de espuma, 
    Se vio de las olas surgir y avanzar. 
    La niña dio un grito. -¡Por fin! ¡Es mi amado! 
    Y un carro de nácar, por cisnes tirado, 
    Con rumbo á la orilla flotó sobre el Mar. 

    Y él era. Llegaba gallardo, arrogante, 
    Ceñidas las sienes por blanco turbante, 
    Sediento de goces, rendido de amor; 
    Mostrando sus galas, su porte sereno, 
    Su noble apostura, su rostro moreno, 
    Sus ojos rasgados de ardiente fulgor. 

    - ¡Por Dios, que tardaste!-gimió la doncella. 
    - ¡Mi bien! - dijo el mozo, corriendo hacia ella 
    Apenas la playa tocó su bajel. 
    Después... ¿quién describe tan hondo embeleso? 
    Fué un soplo, un instante, lo breve de un beso... 
    ¡De un beso y dos almas prendidas en él! 

    Al día siguiente los tiernos esposos 
    De Dios ante el ara llegaron dichosos, 
    Fundiendo dos vidas un mismo crisol; 
    Y uniéronse en lazo de amor verdadero 
    La rubia princesa y el joven guerrero 
    Venido sin duda del reino del Sol. 

    Llevaba el mancebo rizada gorguera, 
    Y un casco de plata con larga cimera 
    Y un manto bordado, color carmesí; 
    La niña con perlas trenzado el cabello, 
    Y en hilos de aljófar, pendiente del cuello, 
    Rival de sus labios, un claro rubí. 

    ¡Cuan noble en su dicha la amante pareja! 
    Los grandes felices y el pueblo sin queja, 
    Todo era ventura del trono en redor; 
    Y más cuando uniendo tesoro á tesoro, 
    Con un bello infante, más rubio que el oro, 
    Feliz heredero dio al reino su amor. 

    Jamás fué la suerte más plena y brillante 
    Las hadas vertieron en torno al infante 
    Riquezas y honores y gloria y poder. 
    La dicha perfecta se da en esta vida, 
    Porque ambos esposos la vieron cumplida 
    Meciendo la cuna del ser de su ser. 



       III 


    ¿Qué tiene la dulce princesa de Oriente? 
    De nuevo los surcos que marcan su frente 
    Las huellas delatan de oculto pesar. 
    ¿Qué tiene el esposo tan bello y amado, 
    Gentil mensajero de un reino ignorado, 
    Que en carro de cisnes llegó por el Mar? 

    La hermosa no lleva brillantes al cuello, 
    Ni trenza con perlas el rubio cabello, 
    Ni en hilos de aljófar ostenta el rubí; 
    Su amante no luce la blanca gorguera, 
    Ni el casco de plata con larga cimera 
    Ni el manto bordado color carmesí. 

    ¿Qué tienen, que lloran? La dócil fortuna 
    ¿No es siempre su esclava? ¿Del hijo la cuna 
    No pueden felices mirar y mecer? 
    Meciéndola pasan la noche y el día... 
    Pero ¡ay! ya no encierra la cuna vacía 
    Los tiernos hechizos del ser de su ser. 

    Ya el arca no guarda su antiguo tesoro; 
    Perdieron al ángel más rubio que el oro, 
    Que huyó de sus brazos y huyó de su amor... 
    Meciendo esa cuna - la luz de su nido- 
    No mecen y arrullan al ángel perdido, 
    Que mecen y arrullan su propio dolor...