Lo único que tenemos es el cuerpo descendemos o caemos por los pozos del alma y allí están las orillas y la arena, las casas de madera abandonadas, el recuerdo del aro y las canicas, la luz en las paredes de las calles, allí están los gemidos de los muertos que estaban en el patio de la casa, en el bar de los bailes y las mesas de mármol. ¿Qué trenes oigo entre el oleaje? Tropiezo con las puertas y los árboles, llega la lejanía de muy lejos, y el cristal de las fábricas, los caminos se borran, encontramos pájaros y alimañas y caballos, bosques de telarañas y ropa polvorienta. Las madres del prostíbulo nos besaban el vientre y allí nos levantamos abrazados al cuerpo, abandonados, en los soles del agua la mano que nos lleva a la ceniza, a la ciudad de calles circulares borrada eternamente por la luz, oh ciudad de los muertos y de iglesias, de muchachas desnudas en la nieve, de reyes y corceles y de cruces, frágiles primaveras en los bosques, me voy continuamente por el puente a la isla más triste de las aguas, gime tan lejos de cuclillas madre, la hermana muerta araña los cristales, meto en sacas el pan enmohecido, busco y a abro puertas de la luz. Qué suave y delicada es esta muerte, era el amor, era el jardín aciago, era el olvido que ahora ya no es nada. Todo lo que tenemos es el cuerpo y todo lo que tiene el cuerpo es la muerte.
Lo único que tenemos es el cuerpo descendemos o caemos por los pozos del alma y allí están las orillas y la arena, las casas de madera abandonadas, el recuerdo del aro y las canicas, la luz en las paredes de las calles, allí