Preguntas a la melancolía, de Juan Laurentino Ortiz | Poema

    Poema en español
    Preguntas a la melancolía

    Qué tiempo del alma 
    es éste que en la tarde, infinitamente, transparece 
    unas islas? 

    O es setiembre, sólo, 
    el que sueña sus espejos, abismándolos, aún, 
    al nivel del confín 
    que no termina, a su vez, de ser absorbido por el mismo 
    vacío? 

    Pero por qué se hunden 
    el verde y el celeste en la niñez... así: 
    por qué? 

    Por qué no vuelan, ellos, di, melancolía 
    si tienen, ya, 
    plumas...: 
    por qué? 
    Y de dónde miras tú, melancolía, si 
    misteriosamente, 
    al fin, 
    no parecen de aquí 
    ni los montes que recuerdan o que ansían o que olvidan 
    y que se sumen 
    al trasluz 
    de un espíritu, no?, de agua 
    y de aire? 

    De qué hierbas, entonces, tus ojos de doncella, di, 
    melancolía, 
    se azulan... 
    y se deslíen... 
    de cuáles? 
    Por qué ahora te curvas y subes hasta casi abovedar la 
    despedida, 
    aquélla, 
    que eterniza, ya, un río 
    y unas orillas...: 
    por qué? 
    si tu pensamiento, niña, al fin de savia, sólo habrá 
    de anochecer, 
    y anochecer, 
    una palidez de yermas, 
    más allá de lo que, apenas, si amarillamente, 
    urdiese 
    tu penumbra 
    y tu brisa 
    para la misma trama, acaso, a que por la mañana, te avendrías, 
    al disolver tus hojillas 
    en esa pecera que abrirá pero hacia arriba 
    o de arriba, 
    la sublimación del rocío...? 

    Por qué, en tal caso, te vas como una Ofelia por la línea 
    de lo alto 
    o en la línea sólo de tu frente, o del desvío, 
    justamente, del halo 
    que ha de apurarte, luego, 
    el sueño de la clorofila o la diadema hasta después, 
    todavía, 
    de instilarte la primicia 
    de una malaquita...: 
    por qué? 
    O es por ventura, la unidad contigo misma 
    o con el flujo que te empina 
    y te alisa, 
    lo que te hace combar, así, 
    destacadamente, 
    el minuto...? 

    Sería, pues, esto, di, 
    melancolía...? 
    di...? 
    O no tendrías nombre, ni necesariamente edad, ni esencia, 
    pues serías 
    y no serías 
    en la continuidad de ese “aire” 
    que oscurece y se ilumina de lo íntimo 
    de la vida 
    a la vuelta de nada... 
    o cuanto más, lo creíble y simultáneamente, lo increíble 
    que no deja de vivir 
    y de morir 
    en la fe de una caña que carecería 
    de articulaciones, para asumir, por ahí 
    la respuesta, sin tiempo, a las respiraciones, a la 
    vez, 
    del cielo 
    y de los abismos...? 
    O no podrías ser, después de todo, el viso 
    que en la oscuridad, 
    nuestra prisa 
    al borde del miedo, 
    nomina...: 
    ése de la mariposa de la descomposición y del horror que debe 
    de latir, 
    por lo demás, la fuga 
    de todo el iris, 
    a costa, es cierto, de ellos y quizás de una ausencia 
    sin secarse aun, 
    aunque en un devenir 
    que los negaría, extrañamente, o si quieres, 
    que los niega 
    así 
    con tu desdén mismo 
    de criatura toda frente, y del otro lado, o por encima, 
    así, 
    de los junquillos?