Estos crepúsculos tibios son tan azules, que el alma quiere perderse en las brisas y embriagarse con la vaga tinta inefable que el cielo por los espacios derrama, fundiéndola en las esencias que todas las flores alzan para perfumar las frentes de las estrellas tempranas.
Los pétalos melancólicos de la rosa de mi alma, tiemblan, y su dulce aroma (recuerdos, amor, nostalgia), se eleva al azul tranquilo, a desleirse en su mágica suavidad, cual se deslíe en un sonreír la lágrima del que sufriendo acaricia una remota esperanza.
Está desierto el jardín; las avenidas se alargan entre la incierta penumbra de la arboleda lejana. Ha consumado el crepúsculo su holocausto de escarlata, y de las fuentes del cielo (fuentes de fresca fragancia), las brisas de los países del sueño, a la tierra bajan un olor de flores nuevas y un frescor de tenues ráfagas... Los árboles no se mueven, y es tan medrosa su calma, que así parecen mas vivos que cuando agitan las ramas; y en la onda transparente del cielo verdoso, vagan misticismos de suspiros y perfumes de plegarias.
¡Qué triste es amarlo todo sin saber lo que se ama! Parece que las estrellas compadecidas me hablan; pero como están tan lejos, no comprendo sus palabras. ¡Qué triste es tener sin flores el santo jardín del alma, soñar con almas floridas, soñar con sonrisas plácidas, con ojos dulces, con tardes de primaveras fantásticas!... ¡Qué triste es llorar, sin ojos que contesten nuestras lágrimas! Ha entrado la noche; el aire trae un perfume de acacias y de rosas; el jardín duerme sus flores... Mañana, cuando la luna se esconda y la serena alborada dé al mundo el beso tranquilo de sus lirios y sus auras, se inundarán de alegría estas sendas solitarias; vendrán los novios por rosas para sus enamoradas; y los niños y los pájaros jugarán dichosos... ¡Almas de oro que no ven la vida tras las nubes de las lágrimas!
¡Quién pudiera desleirse en esa tinta tan vaga que inunda el espacio de ondas puras, fragantes y pálidas! ¡Ah, si el mundo fuera siempre una tarde perfumada, yo lo elevaría al cielo en el cáliz de mi alma!
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible