Los ruidos normales después de las catástrofes, golpes aquí y allá, como reconvenciones o como caricias, en las cosas que fueron causantes o causadas.
Atrevimientos, poco a poco, a la salida, a la espansión, al orden, a la revisión triste (triste siempre).
Aquí y allá, un respiro; un sonarse el llorar; la afable voz (flor de la frente) que piensa cómo aquello pudo haber sucedido a quien, todos los días, a lo que cada día usábamos, tratábamos con la destemplanza.
Roces unidos, un momento, de seres y de cosas, sobre ruinas o sobre vacíos, para incluirnos, todo, con lo altivo intacto, en el olvidador refujio físico o moral del tiempo nuevo.
La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Sol y rosas. La arboleda movida y fresca, dardea limpias luces verdes. Gresca de pájaros, brisas nuevas. La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Un cielo de ensueño y seda,
Le han puesto al niño un vestido absurdo, loco, ridículo; le está largo y corto; gritos de colores le han prendido por todas partes. Y el niño se mira, se toca, erguido. Todo le hace reír al mico, las manos en los bolsillos…