Malvas, rosadas, celestes, las florecillas del campo esmaltan la orilla azul del arroyo solitario.
Parece como si una niña perdida en el prado, con sus ojos dulces las hubiese ido regando…
La brisa juega con ellas… ¡Oh, qué olor! Un dulce bálsamo se derrama sobre el alma taladrada de cuidados; y, un instante, se la lleva plácidamente a un remanso donde sueña eternidades el diamante soleado.
Tiene el alma, el aire de oro, de las estrellas del campo; celestes, rosadas, malvas, sus sombras pasan soñando…
He venido por la senda, con un ramito de rosas del campo.
Tras la montaña, nacía la luna roja; la suave brisa del río daba frescura a la sombra; un sapo triste cantaba en su flauta melodiosa sobre la colina había una estrella melancólica…
La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Sol y rosas. La arboleda movida y fresca, dardea limpias luces verdes. Gresca de pájaros, brisas nuevas. La niña sonríe: «¡Espera, voy a cojer la muleta!» Un cielo de ensueño y seda,
Le han puesto al niño un vestido absurdo, loco, ridículo; le está largo y corto; gritos de colores le han prendido por todas partes. Y el niño se mira, se toca, erguido. Todo le hace reír al mico, las manos en los bolsillos…