Abril venía, lleno todo de flores amarillas: amarillo el arroyo, amarillo el vallado, la colina, el cementerio de los niños, el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo, con sus luces caídas; ¡ay, por los lirios áureos, el agua de oro, tibia; las amarillas mariposas sobre las rosas amarillas!
Guirnaldas amarillas escalaban los árboles; el día era una gracia perfumada de oro, en un dorado despertar de vida. Entre los huesos de los muertos, abría Dios sus manos amarillas.
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero de entrar bajo la tierra, terminado igual que un libro bello? ¿Y esta delicia plena de haberse desprendido de la vida, como un fruto perfecto, de su rama? ¿Y esta alegría sola de haber dejado en lo invisible