¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! 
Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía 
Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color; 
y los bellos cojines, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines; 
Y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano, 
surge como en un piano muy lejano, mas honda la diaria melodía. 
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! 
me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella 
y parece que el pobre corazón no está solo. 
Miro al jardín de la tarde, como ella, 
y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía. 
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! 
Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía. 
Por los desiertos corredores que despertaba ella con su blanco paso, 
y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia hueca y fría!- 
y mis pisadas dejan resplandores.
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es un autor esencial para la poesía en lengua española. Sus propuestas estéticas marcan una línea divisoria entre el Romanticismo de Espronceda y Bécquer, bajo cuya influencia escribe sus primeros versos, y el Modernismo y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Deslumbran en su poesía el rico caudal de sus luminosas imágenes y la profundidad conceptual y simbólica de sus versos. El exilio en América durante las décadas de los cuarenta y cincuenta enriquece su poesía, la cual adquiere una dimensión cósmica y mística sin precedentes en la tradición española. No en vano fue Premio Nobel de Literatura en 1956 por el conjunto de su obra.