¡Cómo resbala el agua por mi espalda! ¡Cómo moja mi falda, y pone en mis mejillas su frescura de nieve! Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar, llena de la voluptuosidad de no pensar.
Un pájaro se baña en una charca turbia. Mi presencia le extraña, se detiene... me mira... nos sentimos amigos... ¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos! Después es el asombro de un labriego que pasa con su azada al hombro y la lluvia me cubre de todas las fragancias de los setos de octubre. Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado como un maravilloso y estupendo tocado de gotas cristalinas, de flores deshojadas que vuelcan a mi paso las plantas asombradas. Y siento, en la vacuidad del cerebro sin sueño, la voluptuosidad del placer infinito, dulce y desconocido, de un minuto de olvido. Llueve, llueve, llueve, y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.
¡Cómo resbala el agua por mi espalda! ¡Cómo moja mi falda, y pone en mis mejillas su frescura de nieve! Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar,
Me he ceñido toda con un manto negro. Estoy toda pálida, la mirada extática. Y en los ojos tengo partida una estrella. ¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.
Bebo del agua limpia y clara del arroyo y vago por los campos teniendo por apoyo un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.