Absorto pez, dormida golondrina, mariposa en el aire de la muerte, rosa fallida en la impasible umbría, esmeralda evadiéndose del verde color de su destino. En las heridas la sangre blanca y el dolor ausente, el mundo trastrocado en una orilla en que la luz y el ámbito se pierden.
Dentro de la avellana de mi sueño esa hilera de imágenes sin filo, ese jardín de helados asfodelos, esa playa de lápices y vidrios, esa manada afónica de renos, esa luna guiñando sobre el cirio.
¡Gozo de despertar equilibrada, como cualquier mañana de los días! ¡Gozo de sol y éxtasis del agua, exacta magnitud de la alegría, regreso de la imagen dislocada en los espejos de la pesadilla y la casa, mis perros, la mañana, en la gracia y el orden de la vida!
¡Cómo resbala el agua por mi espalda! ¡Cómo moja mi falda, y pone en mis mejillas su frescura de nieve! Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar,
Me he ceñido toda con un manto negro. Estoy toda pálida, la mirada extática. Y en los ojos tengo partida una estrella. ¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.
Bebo del agua limpia y clara del arroyo y vago por los campos teniendo por apoyo un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.