Bebo del agua limpia y clara del arroyo y vago por los campos teniendo por apoyo un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.
Así paso los días, morena y descuidada, sobre la suave alfombra de la grama aromada. Comiendo de la carne jugosa de las fresas o en busca de fragantes racimos de frambuesas.
Mi cuerpo está impregnado del aroma ardoroso de los pastos maduros. Mi cabello sombroso esparce, al destrenzarlo, olor a sol y a heno, a savia, a yerbabuena y a flores de centeno.
¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena, cual si fuera la diosa del trigo y de la avena! ¡Soy casta como Diana y huelo a hierba clara nacida en la mañana!
¡Cómo resbala el agua por mi espalda! ¡Cómo moja mi falda, y pone en mis mejillas su frescura de nieve! Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar,
Me he ceñido toda con un manto negro. Estoy toda pálida, la mirada extática. Y en los ojos tengo partida una estrella. ¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.
Bebo del agua limpia y clara del arroyo y vago por los campos teniendo por apoyo un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.