Recitaba palabras
en la parada del autobús:
Sarmientos, oropéndola, almiares, cantarera.
La gente sonreía
desconcertada.
Él iba instalando
sus praderas abstractas, lentamente.
Con timidez llenaba la hora punta
de sonidos audaces:
Calandria, encina, recental, barbecho,
que alicortaban ritmos a la prisa.
Gritaba a veces:
Ángelus, besana,
manijero, jornal...
Y la garganta
del bloque iba engullendo letanías
perdidas en un tiempo de rayuela.
El portero reía como un niño.
Se manifestó a veces
hombro con hombro, el grito enarbolado,
diciendo erial, aurora, hoz, sequía...,
poniendo un sudor viejo en los jardines.
Un guardia le detuvo
Por pronunciar palabras subversivas.
Yo lo he espiado en la noche
-relente, temporales, sol, artesa-
cuando fruncen su ceño las farolas
-almirez, serenata, mies madura-
como un borracho triste y formidable
-plantel, vereda, crines y vellones-
que cuenta su cordura a las estrellas.
Recitaba palabras
como si respirara por un cráter,
por la herida de un ángel guerrillero,
por un labio de azahar, por una llaga.
Un cortejo sonoro
le seguía a todas partes, con rumores
de rama desvelada,
de brazos segadores y de pájaros.
Cuando murió, como un viento invitado,
de puntillas quizá, como un aroma,
tuvo tierra llovida.
Recitaba palabras
en la parada del autobús:
Sarmientos, oropéndola, almiares, cantarera.
La gente sonreía
desconcertada.
Él iba instalando
sus praderas abstractas, lentamente.
Con timidez llenaba la hora punta
de sonidos audaces:
A veces los poetas
nos vamos desgranando
en palabras sonoras
que algún cretino alaba,
y otras veces soñamos
con la amada difícil
de un gánster neoyorquino.
Pero esto pocas veces.
Otras veces doblamos
nuestra alma de papel