A veces los poetas nos vamos desgranando en palabras sonoras que algún cretino alaba, y otras veces soñamos con la amada difícil de un gánster neoyorquino. Pero esto pocas veces. Otras veces doblamos nuestra alma de papel para echarla al buzón de algún pueblo olvidado, sin dirección ninguna. Pero nunca la echamos. Y cualquier día sentimos proyectarse en nosotros una tristeza oblicua, y entonces no debemos agitar en el viento nuestra fusta de gritos. Debemos sonreír como cuando nos muerde una mujer o un niño. Debemos sonreír como cuando nos pisa un pie que hemos besado y pensamos besar. Debemos sonreír porque ya poseemos la verdad de la Vida, desmayada en los brazos como una amada fiel. De que vale tener temblor y luz de voz para decir tan solo que la rosa es muy bella. Las rosas son suspiros de Dios. Basta con esto. Nosotros los poetas tenemos que gritar a los hombres que pasan sin mirar las estrellas. Llegar hasta cada hombre roto de zarzamora y darle nuestra savia –luminosa y eterna– de árboles elegidos. Nuestra voz ha de ser un mensaje nupcial para cada alma hermana; un mensaje caliente –incubado en nosotros–, que florezca en los ojos y en la voz y en las manos. Y siempre que sintamos proyectarse en nosotros una tristeza oblicua... debemos sonreír, pero nunca debemos agitar en el viento nuestra fusta de gritos. Debemos sonreír como cuando nos muerde una mujer o un niño. Porque todo lo nuestro nos llegará doliendo y por eso sabremos que es hondamente nuestro.
Recitaba palabras en la parada del autobús: Sarmientos, oropéndola, almiares, cantarera. La gente sonreía desconcertada. Él iba instalando sus praderas abstractas, lentamente. Con timidez llenaba la hora punta de sonidos audaces:
A veces los poetas nos vamos desgranando en palabras sonoras que algún cretino alaba, y otras veces soñamos con la amada difícil de un gánster neoyorquino. Pero esto pocas veces. Otras veces doblamos nuestra alma de papel