¡La campiña!
Sobre el césped del cortijo va la niña
tierna, rubia, frágil, blanca;
—bajo el brazo la muñeca
de cartón rosada y hueca—
salta, corre, canta, grita,
y sus fúlgidos ojazos copian toda
la pureza de la bóveda infinita.
Vedla: es ritmo
y es donaire;
sus desnudos pies se agitan y parece
que también tuviesen alas
como el aire.
Dulcemente el aura toca
el capullo de su boca
que es esencia y es frescura
y es panal, húmedo y tibio,
de miel pura.
Va contenta, retozona,
va de prisa;
y en sus labios aletea
como un ave sobre el nido, la sonrisa.
Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas.
Una crencha rubia miente
un celaje sobre el campo de su frente;
frente casta,
perla enorme que en el oro de sus rizos
arcangélicos se engasta;
frente pura que humedece
el sudor, y que parece,
bajo el soplo sano y frío
de los céfiros, camelia
empapada de rocío.
Va la niña; tal vez sueña
con las hadas, y se cuenta
ella misma, el cuentecillo
de la pobre Cenicienta.
Y sus gritos melodiosos
en las ráfagas deslíe,
juguetona, parlanchina,
mientras salta, corre y ríe.
Nace el alba; vibra el orto
sus espadas de reflejos,
y el espacio se sonrosa, y un gran vaho
de perfumes acres, llega
de muy lejos.
Primavera en los jardines,
bosques, valles y barrancas,
echa rosas, rosas, rosas,
rosas blancas.
Al monte, al valle y al río,
¿en dónde está el amor mío?
¿En dónde está? -pregunté-.
Monte y valle enmudecieron,
y como no respondieron,
murmuró el río: -¡Yo sé!
Tú no sabes amar: ¿acaso intentas
darme calor con tu mirada triste?
El amor nada vale sin tormentas,
sin tempestades el amor no existe.
Y sin embargo ¿dices que me amas?
No, no es amor lo que hacía mí te mueve;
el Amor es un sol hecho de llama,
A veces melancólico me hundo
en mi noche de escombros y miserias,
y caigo en un silencio tan profundo
que escucho hasta el latir de mis arterias.
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
en el fondo de ésta alma que ya no alegras,
entre polvo de ensueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras.
Si porque a tus plantas ruedo
como un ilota rendido,
y una mirada te pido
con temor, casi con miedo;
si porque ante ti me quedo
extático de emoción,
piensas que mi corazón
se va en mi pecho a romper
y que por siempre he de ser
Cuando lejos muy lejos, en hondos mares,
en lo mucho que sufro pienses a solas,
si exhalas un suspiro por mis pesares,
mándame ese suspiro sobre las olas.
Ojos indefinibles, ojos grandes,
como el cielo y el mar hondos y puros,
ojos como las selvas de los Andes:
misteriosos, fantásticos y oscuros.
¿En qué piensas?
Dime: cuando en la noche taciturna,
la frente escondes en tu mano blanca,
y oyes la triste voz de la nocturna
brisa que el polen de la flor arranca;