La voz del río, de Julio Florez | Poema

    Poema en español
    La voz del río

    Al monte, al valle y al río, 
    ¿en dónde está el amor mío? 
    ¿En dónde está? -pregunté-. 
    Monte y valle enmudecieron, 
    y como no respondieron, 
    murmuró el río: -¡Yo sé! 

    La que te amó tanto, inerme, 
    sobre mis arenas duerme 
    debajo de aquel bambú; 
    mas ya es mía; en su despecho, 
    vino a acostarse a mi lecho, 
    cuando la olvidaste tú! 

    En ese bambú, parleros 
    le cuentan los clarineros 
    sus desventuras de amor; 
    y en la noche le hacen dúos 
    melancólicos, los búhos, 
    de la luna al resplandor. 

    Por el viento desgreñada, 
    ¡pobrecita!... una callada 
    noche, a mi orilla llegó; 
    me habló de ti... ¡pérfido hombre! 
    y, sollozando tu nombre, 
    en mis olas se arrojó! 

    Por un milagro divino, 
    ya su cuerpo alabastrino 
    nunca se disgregará; 
    al arrullo de mis ondas, 
    y al amparo de estas frondas, 
    para siempre dormirá! 

    A los rayos de la luna 
    parece una ondina, una 
    ondina que esparce luz; 
    con mis piedras la he formado 
    un cementerio: un cercado, 
    una losa y una cruz! 

    Cuando Primavera brilla 
    en esta cálida orilla, 
    y comienza a florecer, 
    cae una y otra flor bella, 
    y, como todas son de ella, 
    quizás las siente caer. 

    De mi amor en el exceso, 
    noche y día yo la beso 
    y la cubro, sin cesar, 
    con mis espumas lucientes 
    y mis olas trasparentes, 
    más puras que las del mar! 

    Ven, si, acaso, quieres verla; 
    pensarás que una perla 
    que se cuajó en mi cristal; 
    como el sol tanto fulgura, 
    sobre su blanca hermosura, 
    de espumas he puesto un chal! 

    Desconsolado, a la orilla 
    llegué; doblé la rodilla, 
    y en el claro fondo vi 
    su cuerpo al pie de una roca; 
    me sonreía su boca 
    como un doliente rubí! 

    Mas, ¡ay! que en un arrebato 
    de celos, el río -¡ingrato! 
    me dijo -¡vete de aquí!... 
    ¡ya es mía! duerme en mi lecho... 
    a ella no tienes derecho... 
    ¿no la abandonaste?... ¡di!- 

    Y para aumentar mi pena, 
    la fue cubriendo de arena 
    aquel celoso hablador, 
    en tanto que murmuraba: 
    «Te amaba mucho... te amaba... 
    pero ya es mío su amor!» 

    Desde entonces ¡alma mía! 
    cuando va a morir el día 
    allí me voy a sentar, 
    y, con hondo sentimiento, 
    lleno de remordimiento, 
    no hago más que sollozar! 

    Y cuando la noche llega 
    y con sus sombras la vega 
    inunda, empiezo a gritar 
    como un loco: «¡río! río, 
    ¡devuélveme el amor mío, 
    que me canso de esperar!...»