Al monte, al valle y al río,
¿en dónde está el amor mío?
¿En dónde está? -pregunté-.
Monte y valle enmudecieron,
y como no respondieron,
murmuró el río: -¡Yo sé!
Cuando yo espire a la empinada sierra
transportad mi cadáver y en la cumbre,
¡no lo arrojéis debajo de la tierra,
sino encima, del sol bajo la lumbre!
Donde me cante el impetuoso viento
sus largos de profundis y mi caja
mortuoria sea un risco, el firmamento
mi capilla y la nieve mi mortaja.
En donde para honrar el mustio rastro
de lo que fui, cuando en la vida estuve,
¡tenga por cirio funeral, un astro
y por incienso místico, una nube!
Donde para que rabien los humanos,
que arrastran sus envidias por el suelo,
me devoren, en vez de los gusanos,
¡los buitres y las águilas del cielo!
Al monte, al valle y al río,
¿en dónde está el amor mío?
¿En dónde está? -pregunté-.
Monte y valle enmudecieron,
y como no respondieron,
murmuró el río: -¡Yo sé!
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
en el fondo de ésta alma que ya no alegras,
entre polvo de ensueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras.
Cuando lejos muy lejos, en hondos mares,
en lo mucho que sufro pienses a solas,
si exhalas un suspiro por mis pesares,
mándame ese suspiro sobre las olas.
Tú no sabes amar: ¿acaso intentas
darme calor con tu mirada triste?
El amor nada vale sin tormentas,
sin tempestades el amor no existe.
Y sin embargo ¿dices que me amas?
No, no es amor lo que hacía mí te mueve;
el Amor es un sol hecho de llama,
A veces melancólico me hundo
en mi noche de escombros y miserias,
y caigo en un silencio tan profundo
que escucho hasta el latir de mis arterias.
Si porque a tus plantas ruedo
como un ilota rendido,
y una mirada te pido
con temor, casi con miedo;
si porque ante ti me quedo
extático de emoción,
piensas que mi corazón
se va en mi pecho a romper
y que por siempre he de ser
Ojos indefinibles, ojos grandes,
como el cielo y el mar hondos y puros,
ojos como las selvas de los Andes:
misteriosos, fantásticos y oscuros.
Entre las hojas de laurel, marchitas,
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda,
una araña ha formado
su lóbrega vivienda
con hilos tembladores
más blancos que la seda,