Elegía a las musas, de Leandro Fernández de Moratín | Poema

    Poema en español
    Elegía a las musas

    Esta corona, adorno de mi frente, 
    esta sonante lira y flautas de oro 
    y máscaras alegres, que algún día 
    me disteis, sacras Musas, de mis manos 
    trémulas recibid, y el canto acabe, 
    que fuera osado intento repetirlo. 
    He visto ya cómo la edad ligera, 
    apresurando a no volver las horas, 
    robó con ellas su vigor al numen. 
    Sé que negáis vuestro favor divino 
    a la cansada senectud, y en vano 
    fuera implorarlo; pero en tanto, bellas 
    ninfas, del verde Pindo habitadoras, 
    no me neguéis que os agradezca humilde 
    los bienes que os debí. Si pude un día, 
    no indigno sucesor de nombre ilustre, 
    dilatarlo famoso, a vos fue dado 
    llevar al fin mi atrevimiento. Sólo 
    pudo bastar vuestro amoroso anhelo 
    a prestarme constancia en los afanes 
    que turbaron mi paz, cuando insolente, 
    vano saber, enconos y venganzas, 
    codicia y ambición la patria mía 
    abandonaron a civil discordia. 

    Yo vi del polvo levantarse audaces 
    a dominar y perecer tiranos, 
    atropellarse efímeras las leyes 
    y llamarse virtudes los delitos. 
    Vi las fraternas armas nuestros muros 
    bañar en sangre nuestra, combatirse, 
    vencido y vencedor, hijos de España, 
    y el trono desplomándose al vendido 
    ímpetu popular. De las arenas 
    que el mar sacude en la fenicia Gades, 
    a las que el Tajo lusitano envuelve 
    en oro y conchas, uno y otro imperio, 
    iras, desorden esparciendo y luto, 
    comunicarse el funeral estrago. 
    Así cuando en Sicilia el Etna ronco 
    revienta incendios, su bifronte cima 
    cubre el Vesubio en humo denso y llamas, 
    turba el Averno sus calladas ondas; 
    y allá del Tibre en la ribera etrusca 
    se estremece la cúpula soberbia 
    que al vicario de Cristo da sepulcro. 
    ¿Quién pudo en tanto horror mover el plectro? 
    ¿Quién dar al verso acordes armonías, 
    oyendo resonar grito de muerte? 
    Tronó la tempestad; bramó iracundo 
    el huracán, y arrebató a los campos 
    sus frutos, su matiz; la rica pompa 
    destrozó de los árboles sombríos; 
    todas huyeron tímidas las aves 
    del blando nido, en el espanto mudas: 
    no más trinos de amor. Así agitaron 
    los tardos años mi existencia, y pudo 
    sólo en región extraña el oprimido 
    ánimo hallar dulce descanso y vida. 

    Breve será, que ya la tumba aguarda 
    y sus mármoles abre a recibirme; 
    ya los voy a ocupar… Si no es eterno 
    el rigor de los hados, y reservan 
    a mi patria infeliz mayor ventura, 
    dénsela presto, y mi postrer suspiro 
    será por ella… Prevenid en tanto 
    flébiles tonos, enlazad coronas 
    de ciprés funeral, Musas celestes; 
    y donde a las del mar sus aguas mezcla 
    el Garona opulento, en silencioso 
    bosque de lauros y menudos mirtos, 
    ocultad entre flores mis cenizas. 

    Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828) fue uno de los dramaturgos españoles más célebres del siglo XVIII, así como un destacado reformador del panorama teatral de la época. Nació en el seno de una familia noble de origen asturiano. Su padre, dedicado a la abogacía, también fue dramaturgo y poeta, y fundó las tertulias celebradas en la Fonda de San Sebastián, considerada la reunión de intelectuales más importante del siglo XVIII. Cuando falleció su padre en 1780, Moratín tuvo que hacerse cargo de su madre y pasaron algunas dificultades económicas. Su prioridad, no obstante, era poder subsistir para escribir sus obras e investigar acerca de la historia del teatro español. Su estilo de vida, y el favor que le brindaba Manuel Godoy, le permitió viajar por Europa donde estudió el teatro de Molière, Shakespeare o Goldoni. Entre las obras más importantes de Moratín figuran El viejo y la niña, La comedia nueva y El sí de las niñas.