Credo, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    Credo

    Aquí estoy... 
    En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando 
        a que me llamen... 
    Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita 
        y condenada 
    y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro 
        y me ha dicho severo: 
    No, no es la hora todavía... hay que esperar... 
    Y aquí estoy esperando... 
    con el mismo traje viejo de ayer, 
    haciendo recuentos y memoria, 
    haciendo examen de conciencia, 
    escudriñando agudamente mi vida... 
    ¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí. 
    Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda... 
    Y mi esperanza se levanta para decir acongojada: 
    Otra vez lo haré mejor, Señor, 
    porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer? 
    ¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer? 
    Creo que Dios nos da siempre otra vida, 
    otras vidas nuevas, 
    otros cuerpos con otras herramientas, 
    con otros instrumentos... Otras cajas sonoras 
    donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor 
    para ir corrigiendo lentamente, 
    muy lentamente, a través de los siglos, 
    nuestros viejos pecados, 
    nuestros tercos pecados... 
    para ir eliminando poco a poco 
    el veneno original de nuestra sangre 
    que viene de muy lejos. 
    Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo. 
    Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio... 
        ¡pero está! 
    Creo que tenemos muchas vidas, 
    que todas son purgatorios sucesivos, 
    y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos, 
    constituyen el infierno, el infierno purificador, 
    al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos. 
    Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos. 
    Sólo la Luz brilla sin tregua, 
    diamantina, 
    infinita, 
    misericordiosa, 
    perdurable por los siglos de los siglos... 
    Ahí está siempre con sus divinos atributos. 
    Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla... 
    estos pobres ojos que no saben aún más que llorar. 

    • Que venga el poeta. 
      Y me trajisteis aquí para contar las estrellas, 
      para bañarme en el río y para hacer dibujos en la arena. 

      Éste era el contrato. 
      Y ahora me habéis puesto a construir cepos y candados, 
      a cargar un fusil y a escribir en la oficina de un juzgado. 

    • Filosófos, 
      para alumbrarnos, nosotros los poetas 
      quemamos hace tiempo 
      el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. 
      Y aún andamos colgados de la sombra. 
      Oíd, 
      gritan desde la torre sin vanos de la frente: 
      ¿Quién soy yo? 

    • Así es mi vida, 
      piedra, 
      como tú. Como tú, 
      piedra pequeña; 
      como tú, 
      piedra ligera; 
      como tú, 
      canto que ruedas 
      por las calzadas 
      y por las veredas; 
      como tú, 
      guijarro humilde de las carreteras; 
      como tú, 

    • Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco, 
      soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir: 
      Me durmieron con un cuento... 
      y me he despertado con un sueño. 
      Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos. 
      Voy a contar mi sueño. 
      Es un sueño sin lazos, 

    • Deshaced ese verso, 
      Quitadle los caireles de la rima, 
      el metro, la cadencia 
      y hasta la idea misma... 
      Aventad las palabras... 
      y si después queda algo todavía, 
      eso 
      será la poesía. 
      ¿Qué 
      importa 
      que la estrella 
      esté remota 

    • Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
      Digo tan sólo lo que he visto. 
      Y he visto: 
      que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
      que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
      que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,