El hacha, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    El hacha

    Elegía española 

    ¡Oh, este dolor, 
    este dolor de no tener ya lágrimas; 
    este dolor 
    de no tener ya llanto 
    para regar el polvo! 
    ¡Oh, este llanto de España, 
    que ya no es más que arruga y sequedad...  
    mueca, 
    enjuta congoja de la tierra, 
    bajo un cielo sin lluvias, 
    hipo de cigueñal 
    sobre un pozo vacío, 
    mecanismo, sin lágrimas, del llanto! 
    ¡Oh, esta mueca española, 
    esta mueca dramática y grotesca! 
    Llanto seco del polvo 
    y por el polvo; 
    por el polvo de todas las cosas acabadas de España, 
    por el polvo de los muertos 
    y de todas las ruinas de España, 
    por el polvo de una casta 
    perdida ya en la Historia para siempre! 

    (...) 

    ¿Por qué qué habéis dicho todos 
    que en España hay dos bandos, 
    si aquí no hay más que polvo? 
    En España no hay bandos, 
    en esta tierra no hay bandos, 
    en esta tierra maldita no hay bandos. 
    No hay más que una hacha amarilla 
    que ha afilado el rencor. 
    Un hacha que cae siempre, 
    siempre, 
    siempre, 
    implacable y sin descanso 
    sobre cualquier humilde ligazón; 
    sobre dos plegarias que se funden, 
    sobre dos herramientas que se enlazan, 
    sobre dos manos que se estrchan. 
    La consigna es el corte, 
    el corte, 
    el corte, 
    el corte hasta llegar al polvo, 
    hasta llegar al átomo. 
    Aquí no hay bandos, 
    aquí no hay bandos, 
    ni rojos 
    ni blancos 
    ni egregios 
    ni plebeyos...  
    Aquí no hay más que átomos, 
    átomos que se muerden 

    (...) 

    ¡Qué viejo veneno lleva el río 
    y el viento, 
    y el pan de tu meseta, 
    que emponzoña la sangre, 
    alimenta la envidia, 
    da ley al fratricidio 
    y asesina el honor y la esperanza! 
    (... ) 
    Tuya es el hacha, tuya. 
    Más tuya que tu sombra. 
    Contigo la llevaste a la Conquista 
    y contigo ha vivido 
    en todos los exilios. 
    Yo la he visto en América 
    –en México y en Lima—. 
    Se la diste a tu esposa 
    y a tu esclava...  
    y es la eterna maldición de tu simiente. 
    (... ) 
    Y el hacha cae ciega, 
    incansable y vengativa 
    y se prolonga; 
    sobre todo lo que se congrega 
    sobre la gavilla 
    y el manojo, 
    sobre la espiga 
    y el racimo, 
    sobre la flor 
    y la raiz, 
    sobre el grano y la simiente, 
    y sobre el polvo mismo 
    del grano y la simiente. 
    (... ) 
    Habrá llanto de sobra para el hombre 
    y agua amarga 
    para las dunas calcinadas...  
    salitre para todos, 
    mañana 
    ¡para todos el mar! 
    El mar solo otra vez, como al principio, 
    y el hombre solo, al fin, con su conciencia. 
    ¡Para todos el mar! 
    y el hombre solo, solo, 
    sin tribu, 
    sin obispo 
    y sin espada. 
    Cada hombre solo, solo, 
    sin Historia y sin grito, 
    con el grito partido 
    y las escalas y las sondas rotas. 
    Cada hombre solo. Yo solo 
    solo, sí, 
    solo, 
    solo, 
    flotando sobre el mar, 
    sobre el lecho profundo de mi llanto 
    y bajo el palio altivo de los cielos, 
    altivi, 
    silencioso 
    y estelar. 

    (...) 

    Mañana 
    para todos el mar...  
    sobre la zorra y sobre el buitre, el mar; 
    sobre el cobarde el mar; 
    sobre el obispo y su amatista, el mar; 
    sobre mi carne el mar; 
    sobre el desierto, el mar; 
    y sobre el polvo y sobre el hacha, el mar. 
    ¡El mar, 
    el mar, 
    el mar solo otra vez, como al principio! 
    ¡el llanto... el mar!

    • No me contéis más cuentos, 
      que vengo de muy lejos 
      y sé todos los cuentos. 
      No me contéis más cuentos. 
      Contad 
      y recontadme este sueño. 
      Romped, 
      rompedme los espejos. 
      Deshacedme los estanques, 
      los lazos, 
      los anillos, 
      los cercos, 

    • Filosófos, 
      para alumbrarnos, nosotros los poetas 
      quemamos hace tiempo 
      el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. 
      Y aún andamos colgados de la sombra. 
      Oíd, 
      gritan desde la torre sin vanos de la frente: 
      ¿Quién soy yo? 

    • Así es mi vida, 
      piedra, 
      como tú. Como tú, 
      piedra pequeña; 
      como tú, 
      piedra ligera; 
      como tú, 
      canto que ruedas 
      por las calzadas 
      y por las veredas; 
      como tú, 
      guijarro humilde de las carreteras; 
      como tú, 

    • Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco, 
      soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir: 
      Me durmieron con un cuento... 
      y me he despertado con un sueño. 
      Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos. 
      Voy a contar mi sueño. 
      Es un sueño sin lazos, 

    • Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
      Digo tan sólo lo que he visto. 
      Y he visto: 
      que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
      que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
      que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, 

    • Deshaced ese verso, 
      Quitadle los caireles de la rima, 
      el metro, la cadencia 
      y hasta la idea misma... 
      Aventad las palabras... 
      y si después queda algo todavía, 
      eso 
      será la poesía. 
      ¿Qué 
      importa 
      que la estrella 
      esté remota 

    • Ahora camino de noche 
      porque las noches son claras... 
      Y esta noche no hubo luna, 
      no hubo luna amiga y blanca... 
      y había pocas estrellas, 
      pocas estrellas y pálidas... 

      Y era todo triste sin la luna amiga... 
      y era todo negro sin la luna blanca.