La tangente, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    La tangente

    ¿Y la tangente, señor Arcipreste?... 
    ¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga? 
    ¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?... 
    ¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia del guijarro?... 
    ¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en un disparo? 
    Porque el cielo... Señor Arcipreste, ¿sabe usted?, 
    No hay arriba ni abajo... 
    y la estrella del hombre 
    es la que ese disparo va buscando, 
    ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado... 
    De la noria del Tiempo 
    como el dardo, 
    como el rayo, 
    como el salmo. 
    Dios hizo la bola y el reloj: la noria dando vueltas y vueltas sin cesar, 
    y el péndulo contándole las vueltas, monótono y exacto... 
    El juguete del niño, señor Arcipreste, 
    ¡el maravilloso regalo! 
    Pero un día el niño se cansa del juguete y se le saca las tripas y el secreto 
    como a un caballito mecánico, 
    como a un caballito de serrín y de trapo. 
    Es cuando el niño inventa la tangente, Señor Arcipreste, 
    la puerta mística de los caballeros del milagro, 
    de los grandes aventureros de la luz, 
    de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y los santos 
    que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle 
    que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados 
    de la noria y del reloj, 
    del hipo violáceo del tirano, 
    de las barbas y las arrugas eternas, 
    de los inmóviles pecados, 
    de este empalagoso juguete del mundo, 
    de este monstruoso, sombrío y estúpido regalo, 
    de esta mecánica fatal, donde lo que ha sido es lo que será 
    y lo que ayer hicimos, lo que mañana hagamos. 

    • Que venga el poeta. 
      Y me trajisteis aquí para contar las estrellas, 
      para bañarme en el río y para hacer dibujos en la arena. 

      Éste era el contrato. 
      Y ahora me habéis puesto a construir cepos y candados, 
      a cargar un fusil y a escribir en la oficina de un juzgado. 

    • Filosófos, 
      para alumbrarnos, nosotros los poetas 
      quemamos hace tiempo 
      el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. 
      Y aún andamos colgados de la sombra. 
      Oíd, 
      gritan desde la torre sin vanos de la frente: 
      ¿Quién soy yo? 

    • Así es mi vida, 
      piedra, 
      como tú. Como tú, 
      piedra pequeña; 
      como tú, 
      piedra ligera; 
      como tú, 
      canto que ruedas 
      por las calzadas 
      y por las veredas; 
      como tú, 
      guijarro humilde de las carreteras; 
      como tú, 

    • Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco, 
      soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir: 
      Me durmieron con un cuento... 
      y me he despertado con un sueño. 
      Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos. 
      Voy a contar mi sueño. 
      Es un sueño sin lazos, 

    • Deshaced ese verso, 
      Quitadle los caireles de la rima, 
      el metro, la cadencia 
      y hasta la idea misma... 
      Aventad las palabras... 
      y si después queda algo todavía, 
      eso 
      será la poesía. 
      ¿Qué 
      importa 
      que la estrella 
      esté remota 

    • Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
      Digo tan sólo lo que he visto. 
      Y he visto: 
      que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
      que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
      que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,