Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje al cuerpo que designa en brazos de los siglos, donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en mi pecho su ala, sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, sometiendo a otra vida su vida, sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres, cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, disuelto en niebla, ausencia, ausencia leve como carne de niño.
Cuando allá dicen unos que mis versos nacieron de la separación y la nostalgia por la que fue mi tierra, ¿Sólo la más remota oyen entre mis voces? Hablan en el poeta voces varias: escuchemos su coro concertado,
Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Aquí en esta orilla blanca del lecho donde duermes estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera un paso mas, caerla en sus ondas, rompiéndolo como un cristal. Me sube el calor de tu sueño hasta el rostro. Tu hálito
Demonio hermano mío, mi semejante, te vi palidecer, colgado como la luna matinal, oculto en una nube por el cielo, entre las horribles montañas, una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora, blasfemando lleno de dicha ignorante,
No me queréis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
Fue la pasada primavera, hace ahora casi un año, en un salón del viejo Temple, en Londres, con viejos muebles. Las ventanas daban, tras edificios viejos, a lo lejos, entre la hierba el gris relámpago del río. Todo era gris y estaba fatigado
Le conocí hace ya tiempo; déjame que recuerde. Si la memoria falla a mi edad, cuando trata de imaginarse algo que en años mozos fuimos, aún más cuando persigue la figura del hombre sólo visto un momento.
Quizá mis lentos ojos no verán más el sur de ligeros paisajes dormidos en el aire, con cuerpos a la sombra de ramas como flores o huyendo en un galope de caballos furiosos.