Un contemporáneo, de Luis Cernuda | Poema

    Poema en español
    Un contemporáneo

    Le conocí hace ya tiempo; 
    déjame que recuerde. Si la memoria falla 
    a mi edad, cuando trata de imaginarse algo 
    que en años mozos fuimos, aún más cuando persigue 
    la figura del hombre sólo visto un momento. 

    Nunca pensé que alguien viniera a preguntarme 
    por tal persona, sin familiar, amigo, 
    posición o fortuna; viviendo oscuramente, 
    con los gestos diarios de cualquiera 
    a quien ya nadie nombra tras de muerto. 

    Que de espejo nos sirva 
    el prójimo, y nuestra propia imagen 
    observemos en él, mas no la suya, 
    ocurre a veces. Quien interroga a otros 
    por un desconocido, debe contentarse 
    con lo que halla, aun cuando sea huella 
    ajena superpuesta a la que busca. 

    Era de edad mediana 
    al conocerlo yo, enseñando, 
    no sé, idioma o metafísica, en puesto subalterno, 
    como extraño que ha de ganar la vida 
    por malas circunstancias y carece de apoyo. 

    A esta ciudad había venido 
    desde el norte, donde antes estuvo 
    en circunstancias aún peores; ya conoce 
    aquella gente practica y tacaña, que buscando 
    va por la vida sólo rendimiento, 
    y poco rendimiento de tal hombre traslucía. 

    Aquí se hallaba a gusto, en lo posible 
    para quien no parecía a gusto en. parte alguna, 
    aun cuando, ido, no quisiera 
    regresar, ni a varios conocidos 
    locales recordó. Así trataba acaso 
    que lo pasado fuera pasado realmente 
    y comenzar en limpio nueva etapa. 

    No le vi mucho, rehusando, 
    a lo que entiendo, el trato y compañía, 
    acaso huraño y receloso en algo 
    para mí indiferente. Poco hablaba, 
    aunque en rara ocasión hablaba todo 
    lo callado hasta entonces, altero, abrupto, 
    y pareciendo luego avergonzado. 

    Pero seamos francos: yo no le quería 
    bien, y un día, conversando 
    temas insustanciales, el tiempo, los deportes, 
    la política, sentí temor extraño 
    que en burla, no hacia mí, sino a los hombres todos 
    en mí representados, fuera a sacar la lengua. 

    Lo que pensó, amó, odió, le dejó 
    indiferente, 
    Ignoro; como lo ignoro igual hasta de otros 
    que conocí mejor. Nuestro vivir, de muchedumbre 

    A solas con un dios, un demonio o una nada, 
    supongo que era el suyo también. ¿Por qué no habría de serIo? 

    Su pensamiento hoy puede leerse 
    tras la obra, y ella sabrá decirle 
    más que yo. Aunque supongo 
    tales escritos sin valor alguno, 
    y aquí ninguno se cuidaba de su autor o ellos. 

    Esta fama postrera no la mueve, 
    en mozos tan despiertos, amor de hacer justicia, 
    sino' gusto de hallar razón contra nosotros 
    los viejos, el estorbo palmario en el camino, 
    al cual no basta el apartar, mas el desprecio 
    debe añadirse. Pues, ¿acaso, 
    vive desconocido el poeta futuro? 

    Sabemos que un poeta es otra cosa; 
    la chispa que le anima pronto prende 
    en quienes junto a él cruzan la vida, 
    sus versos aceptados tal moneda corriente. 
    Lope fue siempre el listo Lope, vivo o muerto. 

    Tan vulgar como quiera será el vulgo, 
    pero la voz del vulgo es voz divina, 
    por estos tiempos nuestros a lo menos; 
    y el vulgo era ignorante de ese hombre 
    mientras viviera, en signo 
    que siempre ignorará su póstuma excelencia. 

    La sociedad es justa, a todos trata 
    como merecen; si hay exceso 
    primero, con idéntico exceso retrocede, 
    recobrando nivel. Piense de alguno, 
    festejado tal dios por muchedumbres, 
    por esas muchedumbres tal animal colgado. 
    bien que ello nos repugne, justicia pura y simple. 

    Mas eso no se aplica a nuestro hombre. 
    ¿Acaso hubo exceso en el olvido 
    que vivió día a día? Hecho a medida 

    Del propio ser oscuro, exacto era; y a la muerte 
    se lleva aquello que tomamos 
    de la vida, o lo que ella nos da: olvido 
    acá, y olvido allá para él. Es lo mismo. 

    • ¿Mi tierra? 
      Mi tierra eres tú. 

      ¿Mi gente? 
      Mi gente eres tú. 

      El destierro y la muerte 
      para mi están adonde 
      no estés tú. 

      ¿Y mi vida? 
      Dime, mi vida, 
      ¿qué es, si no eres tú?

    • En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo imp

    • ¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena 
      a que día tras día asististe paciente 
      en la niñez, remota como sueño de alba? 
      El silencio pesado, las cortinas caídas, 
      el círculo de luz sobre el mantel, solemne 
      como paño de altar, y alrededor sentado 

    • No me queréis, lo sé, y que os molesta 
      cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. 
      ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? 
      Porque no es la persona y su leyenda 
      lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve. 
      Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado