A un muchacho andaluz, de Luis Cernuda | Poema

    Poema en español
    A un muchacho andaluz

    Te hubiera dado el mundo, 
    muchacho que surgiste 
    al caer de la luz por tu Conquero, 
    tras la colina ocre, 
    entre pinos antiguos de perenne alegría. 

    ¿Eras emanación del mar cercano? 
    Eras el mar aún más 
    que las aguas henchidas con su aliento, 
    encauzadas en río sobre tu tierra abierta, 
    bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores. 

    Eras el mar aún más 
    tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; 
    eres forma primera, 
    eras fuerza inconsciente de su propia hermosura. 

    Y tus labios, de bisel tan terso, 
    eran la vida misma, 
    como una ardiente flor 
    nutrida con la savia 
    ee aquella piel oscura 
    que infiltraba nocturno escalofrío. 

    Si el amor fuera un ala. 
    la incierta hora con nubes desgarradas, 
    el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, 
    la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, 
    te enviaban a mí, a mi afán ya caído, 
    como verdad tangible. 

    Expresión armoniosa de aquel mismo paraje, 
    entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo, 
    eras tú una verdad, 
    sola verdad que busco, 
    más que verdad de amor, verdad de vida; 
    y olvidando que sombra y pena acechan de continuo 
    esa cúspide virgen de la luz y la dicha, 
    quise por un momento fijar tu curso ineluctable. 
    creí en ti, muchachillo. 

    Cuando el mar evidente, 
    con el irrefutable sol de mediodía, 
    suspendía mi cuerpo 
    en esa abdicación del hombre ante su dios, 
    un resto de memoria 
    levantaba tu imagen como recuerdo único. 

    Y entonces, 
    con sus luces el violento Atlántico, 
    tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, 
    estaban en mí mismo dichos en tu figura, 
    divina ya para mi afán con ellos, 
    porque nunca he querido dioses crucificados, 
    tristes dioses que insultan 
    esa tierra ardorosa que te hizo y deshace. 

    • Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años, a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar inmutable, los accidentes idénticos de mi vida.

    • Te quiero. 

      Te lo he dicho con el viento, 
      jugueteando como animalillo en la arena 
      o iracundo como órgano impetuoso; 

      Te lo he dicho con el sol, 
      que dora desnudos cuerpos juveniles 
      y sonríe en todas las cosas inocentes; 

    • ¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena 
      a que día tras día asististe paciente 
      en la niñez, remota como sueño de alba? 
      El silencio pesado, las cortinas caídas, 
      el círculo de luz sobre el mantel, solemne 
      como paño de altar, y alrededor sentado 

    • Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, 
      parece como el viento que se mece en otoño 
      sobre adolescentes mutilados, 
      mientras las manos llueven, 
      manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, 
      cataratas de manos que fueron un día 

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