Día a día, de Luis Muñoz | Poema

    Poema en español
    Día a día

    A Luis García Montero 
     



    Establecer un juego de distancias. 
    Escribir, sobre todo, para eso. 

    Decir aquí, detrás de las persianas 
    de la casa, 
    detrás de las macetas rebosantes, 
    de un sol de miel fundida, 
    de unas brisas de sierpes invisibles 
    que se enredan atrás en mis tobillos, 
    ¿de qué me siento lejos? 

    Se desplaza un plano de cobalto. 
    Podría ser el mar y sólo es tiempo, 
    un galope tendido de tiempo que no llega 
    a atarse a su corriente. 

    No estoy lejos de nada de lo que el tiempo aleja. 
    Sus caprichos y sus dominios 
    viven en esta parte. 





    Una brizna de musgo 
    aferrada en el muelle. 
    La dulce cabellera que relame los días. 

    No sé qué dice de ellos, 
    no logro distinguirlo. 

    La poesía, si puede, 
    ensaya para eso. 





    Una raya de luz 
    como una aguja helada de hacer punto. 

    Luego un portazo, una cerradura, 
    los zapatos del tiempo desde aquí para allá. 
    Es ahora quien suena como fingiendo prisa. 

    De aquí me siento lejos. 





    Te preguntas y arañas un sentido, 
    esa absurda medida de los hombres. 
    De la historia y del sueño y del deseo. 

    La poesía administra sus carencias. 
    Y sabe lo que hace 
    y le apetece. 





    A veces y por eso, nada hay 
    que no lo dé su imagen. 

    Mira, haber querido: 
    un erizo en el pecho, 
    un sol de puntas minucioso 
    que se mueve escuchando un pulso lento, 
    que se aferra a ese pulso, 
    que al oír otro ruido 
    se desprende y se cae. 





    Establecer también la cercanía, 
    el imán orillado que nos hace 
    de aquello que coincide con un centro. 

    Así, quien ama las palabras, 
    quien conduce sus propios sueños, 
    quien se deja atrapar por la apetencia 
    que bombea al alcance de unas horas, 
    quien descubre un conducto hasta el olvido 
    y se pasea por él tranquilamente 
    sólo si está a punto de evitar el asombro. 





    Con las cañas combadas en el paseo del puerto, 
    con el olor suave de las cafeterías, 
    con las cajas de fruta esperando la hora, 
    con el clamor helado del chapoteo del agua, 
    el sol empieza a urdir eligiendo sus puntos. 

    En todo empezar es sostenerse 
    y una voz se sostiene de temprano 
    y no debe esperar, no espera. 





    Nunca estoy donde estuve. 
    No digo que no quiera 
    estar en donde estuve. 
    Pero un viento empolvado 
    de retazos de rostros, 
    de hilos de ciudades, 
    de paladar de brújula, 
    me desplaza y me acerca 
    adonde todo es nuevo. 

    Hasta el dolor y el frío, 
    hasta un rincón de casa, 
    un horario, un compás, una costumbre. 
    Hasta cargar conmigo día a día 
    me truca y me hace extraño. 





    Un juego de distancias 
    es un juego de llaves. 
    El acceso a los cuartos, 
    las llanuras, las crestas de las olas. 
    Un poema es un juego 
    de distancias y llaves. 
    Se accede a él como a una lejanía 
    y luego te da paso 
    y vuelve a darte paso.