Tomaron un pequeño apartamento al calor de la historia que empezaba en un pueblo radiante de la costa. Las familias miraban de reojo su dulce suficiencia, su ambigua cercanía cuando tomaban sol, los leves empujones en la orilla de muchachos buscándose en el juego, la risa incontrolable, el júbilo de luces y de compras los días de mercado y un remolino oscuro de murmullos se levantaba al paso como una nube torda.
En sólo quince días avivaron contrarios sentimientos, un ascua adormecida y una imagen inquieta de la felicidad.
Recordarían de aquello más que nada, muchos años después, en su país del norte, la coartada airosa de su idioma para hablar de deseo sin entenderles nadie, las noches enlazadas de sus cuerpos con las marcas blanquísimas de los trajes de baño y un sobre con postales de vocación turística que guardaron por siempre como un talismán: el farero viejo cortando caña, la junta de los bueyes en la plaza del pueblo y una chica en biquini diciendo okey.
Tomaron un pequeño apartamento al calor de la historia que empezaba en un pueblo radiante de la costa. Las familias miraban de reojo su dulce suficiencia, su ambigua cercanía cuando tomaban sol, los leves empujones en la orilla