Esta noche me obsede la remota visión de un pueblo negro... -Mussumba, Tombuctú, Farafangana- es pueblo de sueño, tumbado allá en mis brumas interiores a la sombra de claros cocoteros.
La luz rabiosa cae en duros ocres sobre el campo extenso; humean rojas de calor las piedras, y la humedad del árbol corpulento evapora frescuras vegetales en el agrio crisol del clima seco.
Los aguazales cuajan un vaho amoniacal y denso. El compacto hipopótamo se hunde en su caldo de lodo suculento, y el elefante de marfil y grasa rumia bajo el baobab su vago sueño.
Allá, entre palmeras, está tendido el pueblo... -Mussumba, Tomboctú, Farafangana-, caserío irreal de paz y sueño.
Alguien disuelve perezosamente un canto monorrítmico en el viento pululado de úes que se aquietan en balsas de diptongos soñolientos y de guturaciones alargadas que dan un don de lejanía al verso.
Es la hembra que canta su sobria vida de animal doméstico. Es la negra de las zonas soleadas que huele a tierra, a salvajina, a sexo.
Es la negra que canta, y su canto sensual se va extendiendo como una clara atmósfera de dicha bajo la sombra de los cocoteros. Al rumor de su canto todo se va extendiendo, bajo la clara atmósfera de dicha bajo la sombra de los cocoteros. Al rumor de su canto todo se va extinguiendo. Y sólo queda en mi alma la ú profunda del diptongo fiero, en cuya curva maternal se esconde la armonía prolífica del sexo.
Esta noche me obsede la remota visión de un pueblo negro... -Mussumba, Tombuctú, Farafangana- es pueblo de sueño, tumbado allá en mis brumas interiores a la sombra de claros cocoteros.
Calabó y bambú. Bambú y calabó. El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú. La Gran Cocoroca dice: to-co-tó. Es el sol de hierro que arde en Tombuctú. Es la danza negra de Fernando Poo. El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú.