El entierro del poeta, de Luis Rogelio Nogueras | Poema

    Poema en español
    El entierro del poeta

    Dijo de los enterradores cosas francamente 
    impublicables. 
    Blasfemaba como un condenado 
    y a sus pies un par de águilas lloraban pensando 
    en las derrotas. 
    En el entierro estaba Lautréamont, 
    yo lo VI desde mi puesto en la cola: 
    dejaba el sombrero al borde de la tumba 
    y cantaba algo triste y oscuro 
    (lloraba honradamente, ya lo creo, y los 
    caballos devoraban higos en silencio). 
    Hubo discursos, 
    sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz, 
    paraguas abiertos a la lluvia como 
    a él le hubiera gustado. 
    Hubo más: 
    hubo viernes y 
    canciones funerarias, 
    palomas que volaban sin sentido, como niños, 
    versos oscuros, 
    la hermosa voz de Aragón, 
    suicidios deportivos de Georgette y nunca más 
    y hasta siempre. 
    A la hora más triste del asunto 
    no quería bajar porque decía que allí estaba 
    oscuro. 
    Pero estaba muerto y hubo que bajarlo. 
    Los sombreros abandonaron las cabezas, 
    se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te 
    olvidamos. 
    (Un joven poeta a mi derecha le mesaba las 
    rodillas a la muerte). 
    Lo bajaron. 
    Se aplaudió en forma delirante; 
    la gente corría como loca asumiendo lo grave 
    del momento. 
    Lo bajaban. 
    Las mujeres lloraban en silencio 
    porque bajaban las águilas, los sueños, países 
    enteros a la tierra. 
    Se intentó una última sentencia: 
    Nerval se acercó con una tiza y escribió con 
    letra temblorosa: 
    Su cadáver estaba lleno de mundo. 
    Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso 
    pensando en el futuro, 
    mientras una piedra inmensa le tapaba el 
    corazón y los papeles.