¿Rencores?... ¿Por qué rencores? No le va a mi señorío guardarle rencor a un río que fue regando mis flores. Tú me diste los mejores cristales de tu corriente, y no sería decente maldecirte por despecho, si sé que tienes derecho a dar o negar la fuente. Debo estarte agradecido por tu generosidad; tú me diste por bondad lo que yo di por cumplido. Me brindaste tu latido, tu boca nunca besada, tu carne nunca estrenada, tus ojos siempre empañados y los potros alocados de tu amor en llamarada. Me diste el beso primero que es el que más atosiga, y me diste la fatiga de un cariño verdadero. Me diste luna y estero, tu corazón sin celaje, me diste todo el encaje de tu caricia en mi pelo, y me regalaste el cielo en tus ojos sin paisaje. Por eso yo, bien nacido, ni te odio ni te aborrezco, al contrario, te agradezco todo lo que me has querido. No me importa si te has ido con tu barca hacia otro mar, que yo no te puedo odiar por esa mala partida, ya que odiar es, en la vida, un cierto modo de amar. Ni te vengas a mi lado para pedirme perdón, el perdón es la razón de volver a lo pasado, y lo pasado... acabado, que pasó... porque pasó. ¡Déjame que viva yo sin perdón y sin rencores, porque... por más que me llores lo nuestro ya se acabó!
Tengo el caballo a la puerta, ¿te quieres venir conmigo?. Yo no te obligo. Sólo te brindo ocasión de darte en mi soledad una casa, un corazón y un cariño de verdad.