Regreso, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    Regreso

    Largas tardes campestres; 
    alamedas rosadas; 
    aire delgado que el aroma apenas 
    sostiene de la acacia; 
    huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, 
    azul de la montaña... 
    Esquilas del arambre 
    y balido, sin fin, de la majada, 
    en el silencio claro... 
    ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! 

    Maravillosa noche estremecida 
    por el rumor del agua 
    y el fulgor de los astros 
    —imán de la mirada 
    perdida en lo insondable 
    de la eterna pregunta—. (El grillo canta, 
    corre la estrella, el aire 
    suspira entre las ramas). 
    Sueño tranquilo y sano, 
    velado por las plantas 
    humildes de la tierra y por el bravo 
    eucalipto que asoma a mi ventana... 
    Noche de paz y de salud y sueño... 
    ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! 

    Allegro matinal, tímida gloria 
    y milagro de nácar, 
    a las corolas risa, 
    trino a las aves y delicia del alma, 
    aire en las sienes, despertar, eterna 
    juventud —¡oh mañana 
    que abres los ojos y las rosas!—, dulce 
    y poderosa gracia... 
    Mañana de mi huerto, suave y pura... 
    ¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama! 

    ¡Me llama la ciudad —que ignora el cielo 
    y la tierra y el agua 
    y el sol y las estrellas—, 
    febril y jadeante, apresurada, 
    con su aliento mefítico, 
    y su llanto y sus máquinas, 
    sonora de metales 
    infecta de palabras!

    • Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. 
      Unos ojos de hastío y una boca de sed... 
      Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... 
      Calaveradas, amoríos... Nada grave, 
      Un poco de locura, un algo de poesía, 
      una gota del vino de la melancolía... 

    • El ciego sol se estrella 
      en las duras aristas de las armas, 
      llaga de luz los petos y espaldares 
      y flamea en las puntas de las lanzas. 
      El ciego sol, la sed y la fatiga. 
      Por la terrible estepa castellana, 
      al destierro, con doce de los suyos 

    • A Miguel de Unamuno 
       
      Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron 
      —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, 
      que todo lo ganaron y todo lo perdieron. 
      Tengo el alma de nardo del árabe español. 

    • Llorando, llorando, 
      nochecita oscura, por aquel camino 
      la andaba buscando. 

      Conmigo no vengas... 
      Que la suerte mía por malitos pasos, 
      gitana me lleva. 

      ¡Mare del Rosario, 
      cómo yo guardaba el pelito suyo 
      en un relicario! 

    • En tu boca roja y fresca 
      beso, y mi sed no se apaga, 
      que en cada beso quisiera 
      beber entera tu alma. 

      Me he enamorado de ti 
      y es enfermedad tan mala, 
      que ni la muerte la cura, 
      ¡bien lo saben los que aman! 

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