Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco.
¿Te acuerdas?... En vano quisimos saberlo... ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! ¡Aún crispa mis nervios, pasando ahora mismo tan sólo el recuerdo, como si rozado me hubiera un momento el ala peluda de horrible murciélago!... Ven, ¡mi amada! Inclina tu frente en mi pecho; cerremos los ojos; no oigamos, callemos... ¡Como dos chiquillos que tiemblan de miedo!
La luna aparece, las nubes rompiendo... La luna y la estatua se dan un gran beso
No es cinismo. Es la verdad: Yo quiero a una mujer mala fuera de la sociedad. Una déclassée, lo sé, pero… ¿la conoce usté? ¡No! Pues, bueno; sea usted bueno y cállese, que es el saber más profundo, y nadie diga en el mundo
Ya me ha dado la experiencia esa clásica ignorancia que no tiene la fragancia del primero no saber. ¡Oh la ciencia de inocencia! ¡Oh la vida empedernida!… Desde que empezó mi vida no he hecho yo más que perder. Ya mis ojos se han manchado
Puede que fueras tú... Confusamente, entre la mucha gente, esbelta, serpentina --y vestida de blanco-- una mujer divina llamó a mis ojos... Pero, ¡No! Tú vistes el negro, siempre, de las noches tristes.
Rosas son la frescura de los huertos y los labios entreabiertos. Y claveles, los caireles de los trajes andaluces, con sus luces de oro y plata. De los nardos en la mata. La frescura de la tez de Carmen, pura,
Cuando al caer la tarde, como un suspiro, orea los rumorosos patios del barrio de Triana, y el cabello de Carmen, que de negro azulea, y sus ojos, en donde amor florece y grana...