I
Una nota de clarín
desgarrada,
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada.
Ronco toque de timbal.
Salta el toro
en la arena. Bufa, ruge...
Roto cruje
un capote de percal.
Acomete rebramando,
derribando
a caballo y caballero.
Da principio el primero
espectáculo español.
La hermosa fiesta bravía
de terror y de alegría
de este viejo pueblo fiero...
Oro, seda, sangre y sol.
II
En los vuelos del capote,
con el toro que va y viene,
juega, al estilo andaluz,
en una clásica suerte,
complicada con la muerte
y chorreada de luz...
Elegante
y valiente,
y con una seriedad
conveniente,
va burlando
la feroz acometida
y jugando
con la vida
ágilmente.
III
Un montón
de correas y de astillas,
y de carne palpitante
y sangrante...
Un fracaso de costillas
con estruendo...
Correajes perforados
y hebillajes
destrozados...
Sangre en tierra...
Polvo, un grito... ¡Una ovación!
Sobre la arena, roja
de sol y sangre, en confusión de rotos
arreos y correas,
derribados se agitan entre el polvo
caballo y picador... Y al palpitante
montón convulso el toro
asesta, rebramando,
el duro cuerno hasta la cepa rojo.
...Y encuentra en el camino
nada..., la orla de un capote, sólo
una figura esbelta que se esquiva
jugando con su enojo...
Que se esquiva elegante,
dejando desde el hombro
pender la rica seda... Y paso a paso
la sigue ciego, absorto,
hasta parar rendido,
el duro cuerno hasta la cepa rojo.
Y la paz es un charco
de sangre mala y negra
y aquellos dientes fríos y amarillos...
Un azadón, un esportón de tierra
y aquel montón de arreos
que, como cosa muerta,
junto del jaco muerto
están sobre la arena.
IV
Agil, solo, alegre,
sin perder la línea
-sin más que la gracia
contra la ira-
andando,
marcando,
ritmando
un viaje especial de esbeltez y osadía...
llega, cuadra, para
-los brazos alzando-,
y, allá por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas,
milagrosamente
clavando..., se esquiva
ágil, solo, alegre,
¡sin perder la línea!
V
Veinte mil corazones
laten en un silencio
claro y caliente. Brindis...
Suenan con golpe seco
las banderillas mustias
en el lomo del toro, y a su cuello
la roja sangre tibia
hace un 'foulard' soberbio.
De un lado, por debajo
del rojo trapo en que su furia engríe,
el toro surge, alzando
remolinos de arena.
De otro lado sonríe una cara morena.
O bien, en los tres tiempos
del pase natural, tendiendo el brazo
guarnecido de oro,
la clásica elegancia
con seriedad ejerce y arrogancia.
¡Fué, pudo ser! Los alamares de oro
rozaron con el asta ensangrentada.
En la arena tendido, yace el toro,
y de pie, sonriendo, está el espada.
Veinte mil voces -una- gritan locas.
La inesperada acometida ha hecho
del elegante paso
un revuelo confuso..., y allá junto
de la barrera hay algo
indiscernible... Enfrente
se ven rostros de espanto...
Y, entre manchas de grana
y reflejos metálicos,
el toro, revolviéndose,
alza en los cuernos un pelele trágico.
VI
Y suena esa divina musiquilla
de La Giralda, que es toda Sevilla,
y es torera y graciosa y animada.
Y habla de la mujer enamorada
que nos espera... Y nombra
naranjos y azahares,
y la caña olorosa,
y una alegría rítmica en cantares,
y una tristeza vaga y lujuriosa...
Los látigos chasquean,
agitan las mulillas
en su carrera locas campanillas,
y mientras que se orean
las frentes sudorosas
y en el pecho golpean
los corazones, suena
la música torera y sevillana,
y, dejando en la arena
un surco negro y grana,
pasa arrastrado el toro...
Lleva en el fuerte cuerno
un hilillo de oro.
················
Después, como de un tajo,
la música, la luz y la algazara
cesan en un momento
contra compás... De un golpe el movimiento
se desvanece y para.
VII
El gran suspiro que es la tarde crece
como de un pecho inmenso. Palidece
el sol. Y, terminada
la fiesta de oro y rojo, a la mirada
queda sólo... un eco
de amarillo seco
y sangre cuajada.