La fiesta nacional, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    La fiesta nacional

       I 


    Una nota de clarín 
    desgarrada, 
    penetrante, 
    rompe el aire con vibrante 
    puñalada. 

    Ronco toque de timbal. 
    Salta el toro 
    en la arena. Bufa, ruge... 
    Roto cruje 
    un capote de percal. 
    Acomete rebramando, 
    derribando 
    a caballo y caballero. 
    Da principio el primero 
    espectáculo español. 

    La hermosa fiesta bravía 
    de terror y de alegría 
    de este viejo pueblo fiero... 
    Oro, seda, sangre y sol. 



       II 


    En los vuelos del capote, 
    con el toro que va y viene, 
    juega, al estilo andaluz, 
    en una clásica suerte, 
    complicada con la muerte 
    y chorreada de luz... 
    Elegante 
    y valiente, 
    y con una seriedad 
    conveniente, 
    va burlando 
    la feroz acometida 
    y jugando 
    con la vida 
    ágilmente. 



       III 


    Un montón 
    de correas y de astillas, 
    y de carne palpitante 
    y sangrante... 
    Un fracaso de costillas 
    con estruendo... 
    Correajes perforados 
    y hebillajes 
    destrozados... 
    Sangre en tierra... 
    Polvo, un grito... ¡Una ovación! 
    Sobre la arena, roja 
    de sol y sangre, en confusión de rotos 
    arreos y correas, 
    derribados se agitan entre el polvo 
    caballo y picador... Y al palpitante 
    montón convulso el toro 
    asesta, rebramando, 
    el duro cuerno hasta la cepa rojo. 

    ...Y encuentra en el camino 
    nada..., la orla de un capote, sólo 
    una figura esbelta que se esquiva 
    jugando con su enojo... 
    Que se esquiva elegante, 
    dejando desde el hombro 
    pender la rica seda... Y paso a paso 
    la sigue ciego, absorto, 
    hasta parar rendido, 
    el duro cuerno hasta la cepa rojo. 

    Y la paz es un charco 
    de sangre mala y negra 
    y aquellos dientes fríos y amarillos... 
    Un azadón, un esportón de tierra 
    y aquel montón de arreos 
    que, como cosa muerta, 
    junto del jaco muerto 
    están sobre la arena. 



       IV 


    Agil, solo, alegre, 
    sin perder la línea 
    -sin más que la gracia 
    contra la ira- 
    andando, 
    marcando, 
    ritmando 
    un viaje especial de esbeltez y osadía... 
    llega, cuadra, para 
    -los brazos alzando-, 
    y, allá por encima 
    de las astas, que buscan el pecho, 
    las dos banderillas, 
    milagrosamente 
    clavando..., se esquiva 
    ágil, solo, alegre, 
    ¡sin perder la línea! 



       V 


    Veinte mil corazones 
    laten en un silencio 
    claro y caliente. Brindis... 
    Suenan con golpe seco 
    las banderillas mustias 
    en el lomo del toro, y a su cuello 
    la roja sangre tibia 
    hace un 'foulard' soberbio. 

    De un lado, por debajo 
    del rojo trapo en que su furia engríe, 
    el toro surge, alzando 
    remolinos de arena. 
    De otro lado sonríe una cara morena. 

    O bien, en los tres tiempos 
    del pase natural, tendiendo el brazo 
    guarnecido de oro, 
    la clásica elegancia 
    con seriedad ejerce y arrogancia. 

    ¡Fué, pudo ser! Los alamares de oro 
    rozaron con el asta ensangrentada. 
    En la arena tendido, yace el toro, 
    y de pie, sonriendo, está el espada. 
    Veinte mil voces -una- gritan locas. 
    La inesperada acometida ha hecho 
    del elegante paso 
    un revuelo confuso..., y allá junto 
    de la barrera hay algo 
    indiscernible... Enfrente 
    se ven rostros de espanto... 
    Y, entre manchas de grana 
    y reflejos metálicos, 
    el toro, revolviéndose, 
    alza en los cuernos un pelele trágico. 



       VI 


    Y suena esa divina musiquilla 
    de La Giralda, que es toda Sevilla, 
    y es torera y graciosa y animada. 
    Y habla de la mujer enamorada 
    que nos espera... Y nombra 
    naranjos y azahares, 
    y la caña olorosa, 
    y una alegría rítmica en cantares, 
    y una tristeza vaga y lujuriosa... 

    Los látigos chasquean, 
    agitan las mulillas 
    en su carrera locas campanillas, 
    y mientras que se orean 
    las frentes sudorosas 
    y en el pecho golpean 
    los corazones, suena 
    la música torera y sevillana, 
    y, dejando en la arena 
    un surco negro y grana, 
    pasa arrastrado el toro... 
    Lleva en el fuerte cuerno 
    un hilillo de oro. 



    ················ 



    Después, como de un tajo, 
    la música, la luz y la algazara 
    cesan en un momento 
    contra compás... De un golpe el movimiento 
    se desvanece y para. 



       VII 


    El gran suspiro que es la tarde crece 
    como de un pecho inmenso. Palidece 
    el sol. Y, terminada 
    la fiesta de oro y rojo, a la mirada 
    queda sólo... un eco 
    de amarillo seco 
    y sangre cuajada.