Sombra, triste compañera
inútil, dócil y muda,
que me sigues dondequiera
pertinaz como la duda.
Amiga que no se advierte,
compañera que se olvida,
afirmación de la vida
que hace pensar en la muerte.
Rosas son
la frescura de los huertos
y los labios entreabiertos.
Y claveles,
los caireles
de los trajes andaluces,
con sus luces
de oro y plata.
De los nardos
en la mata.
La frescura
de la tez de Carmen, pura,
la blancura
de su bata.
Las violetas
y mosquetas
son las gracias
que se ocultan.
Tulipanes, los que exultan
senos llenos de mujer.
El oler
los jazmines
es la noche y los jardines.
Del querer
es la pena,
o la azucena.
Y los lindos
dondiegos, miramelindos,
son cantares
con achares
y piropos.
Y celos los heliotropos.
Niñas, vamos,
con las flores de mi ramo
puesto en agua,
el crujido de la enagua
y el chasquido
de los besos.
Mil olores
y colores
dan mis flores, que enamoran.
También llevo de esas flores
que devoran.