Rosas son la frescura de los huertos y los labios entreabiertos. Y claveles, los caireles de los trajes andaluces, con sus luces de oro y plata. De los nardos en la mata. La frescura de la tez de Carmen, pura, la blancura de su bata. Las violetas y mosquetas son las gracias que se ocultan. Tulipanes, los que exultan senos llenos de mujer. El oler los jazmines es la noche y los jardines. Del querer es la pena, o la azucena. Y los lindos dondiegos, miramelindos, son cantares con achares y piropos. Y celos los heliotropos. Niñas, vamos, con las flores de mi ramo puesto en agua, el crujido de la enagua y el chasquido de los besos. Mil olores y colores dan mis flores, que enamoran. También llevo de esas flores que devoran.
De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente