Pregón de las flores, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    Pregón de las flores

    Rosas son 
    la frescura de los huertos 
    y los labios entreabiertos. 
    Y claveles, 
    los caireles 
    de los trajes andaluces, 
    con sus luces 
    de oro y plata. 
    De los nardos 
    en la mata. 
    La frescura 
    de la tez de Carmen, pura, 
    la blancura 
    de su bata. 
    Las violetas 
    y mosquetas 
    son las gracias 
    que se ocultan. 
    Tulipanes, los que exultan 
    senos llenos de mujer. 
    El oler 
    los jazmines 
    es la noche y los jardines. 
    Del querer 
    es la pena, 
    o la azucena. 
    Y los lindos 
    dondiegos, miramelindos, 
    son cantares 
    con achares 
    y piropos. 
    Y celos los heliotropos. 
    Niñas, vamos, 
    con las flores de mi ramo 
    puesto en agua, 
    el crujido de la enagua 
    y el chasquido 
    de los besos. 
    Mil olores 
    y colores 
    dan mis flores, que enamoran. 
    También llevo de esas flores 
    que devoran.

    • Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. 
      Unos ojos de hastío y una boca de sed... 
      Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... 
      Calaveradas, amoríos... Nada grave, 
      Un poco de locura, un algo de poesía, 
      una gota del vino de la melancolía... 

    • El ciego sol se estrella 
      en las duras aristas de las armas, 
      llaga de luz los petos y espaldares 
      y flamea en las puntas de las lanzas. 
      El ciego sol, la sed y la fatiga. 
      Por la terrible estepa castellana, 
      al destierro, con doce de los suyos 

    • A Miguel de Unamuno 
       
      Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron 
      —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, 
      que todo lo ganaron y todo lo perdieron. 
      Tengo el alma de nardo del árabe español. 

    • Llorando, llorando, 
      nochecita oscura, por aquel camino 
      la andaba buscando. 

      Conmigo no vengas... 
      Que la suerte mía por malitos pasos, 
      gitana me lleva. 

      ¡Mare del Rosario, 
      cómo yo guardaba el pelito suyo 
      en un relicario! 

    • En tu boca roja y fresca 
      beso, y mi sed no se apaga, 
      que en cada beso quisiera 
      beber entera tu alma. 

      Me he enamorado de ti 
      y es enfermedad tan mala, 
      que ni la muerte la cura, 
      ¡bien lo saben los que aman!