Ómnibus en las plazuelas,
edictos en las esquinas,
borracheras en la calle
y en los matrimonios riñas.
No hay que preguntar la causa:
estamos en romería.
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Labrador afortunado
que labraste con tu vida,
el altar en que te reza
la corte de dos Castillas.
Permite que por si acaso
no puedo entrar en la ermita,
te dibujé en estos versos
de mi cariño la cifra.
Años ha que mis cantares
no suenan en tu campiña
ni tus frasquetes me alegran
ni tu bullicio me incita,
ni tu placer me conmueve,
ni tus devotas me hechizan.
Mas siempre te ven mis ojos
lucir la gentil ropilla,
sobre el puente colocado
que el Manzanares salpica,
cual suele a todo lo grande
lanzar su baba la envidia.
Siempre de mi dulce infancia
recordar me haces los días,
y las agradables horas
de mi juventud tranquila,
que en tu regalado estruendo
hallo cien veces la dicha.
Y siempre también, Isidro,
al fijar en ti la vista,
del Manzanares humilde
sentado en la fresca orilla,
pienso que ya que sacastes
agua de la peña viva,
pudiste dársela al río
que tanto la necesita,
a fuer de patrón insigne
de una ciudad nada limpia.
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He llegado a la pradera
no sin alguna fatiga;
un pueblo tengo allá enfrente
y un cementerio aquí arriba.
Humanas olas me empujan,
contrarias fuerzas me inclinan,
cercanos gritos me aturden,
rudos encuentros me irritan.
Los ecos de la locura,
los bramidos de la orgía,
el huracán que en sí lleva
de cada mortal la vida,
han ahogado esos rumores
con que el silencio acarician
el insecto que se mueve,
el pajarillo que trina,
el arroyo que en la arena
sus cálidas gotas filtra,
y esos solemnes quejidos
que exhala la tierra misma,
madre amorosa, que acaso
por sus hijuelos suspira.
De estos ruidos misteriosos
rompen la grata armonía
voces que finjen lamentos,
ayes que parecen risas.
-¡A ochavito los del Santo!
-¡De Fuenlabrada rosquillas!
-¡Por dos reales a la puerta!
-¡A la aguadora, y qué rica!
-¡Todo barato lo vendo!
-¿Quiere usté comprarme, niña?
-Mamá, ¿qué son acerolas?
-¡Hombre, este pito no silba!
Y esto entre mil que te aprietan,
y quinientos que te pisan,
entre una mujer que sigues,
y un forastero a quien guías,
entre codazos y ternos
que los ternes no escatiman.
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Héme aquí solo en la altura
que el Sol poniente ilumina,
mientras flotan en el llano
del crepúsculo las tintas.
He cruzado pensativo
entre diversas familias,
todos comen, pero nadie
me ha dicho: esta boca es mía.
Ya anochece; en la pradera
trémulas luces oscilan,
ya los rumores se apagan,
ya las estrellas se animan,
sobre las aguas del río
pálida la luna brilla...
bien hacéis los que del goce
aun apuráis la medida,
bien los que os rendís al sueño
el placer tras las fatigas,
porque mañana...¡qué diablo!
¡mañana será otro día!