La romería de San Isidro, de Manuel del Palacio | Poema

    Poema en español
    La romería de San Isidro

    Ómnibus en las plazuelas, 
    edictos en las esquinas, 
    borracheras en la calle 
    y en los matrimonios riñas. 
    No hay que preguntar la causa: 
    estamos en romería. 



    .................. 



    Labrador afortunado 
    que labraste con tu vida, 
    el altar en que te reza 
    la corte de dos Castillas. 
    Permite que por si acaso 
    no puedo entrar en la ermita, 
    te dibujé en estos versos 
    de mi cariño la cifra. 
    Años ha que mis cantares 
    no suenan en tu campiña 
    ni tus frasquetes me alegran 
    ni tu bullicio me incita, 
    ni tu placer me conmueve, 
    ni tus devotas me hechizan. 
    Mas siempre te ven mis ojos 
    lucir la gentil ropilla, 
    sobre el puente colocado 
    que el Manzanares salpica, 
    cual suele a todo lo grande 
    lanzar su baba la envidia. 
    Siempre de mi dulce infancia 
    recordar me haces los días, 
    y las agradables horas 
    de mi juventud tranquila, 
    que en tu regalado estruendo 
    hallo cien veces la dicha. 
    Y siempre también, Isidro, 
    al fijar en ti la vista, 
    del Manzanares humilde 
    sentado en la fresca orilla, 
    pienso que ya que sacastes 
    agua de la peña viva, 
    pudiste dársela al río 
    que tanto la necesita, 
    a fuer de patrón insigne 
    de una ciudad nada limpia. 



    ................. 



    He llegado a la pradera 
    no sin alguna fatiga; 
    un pueblo tengo allá enfrente 
    y un cementerio aquí arriba. 
    Humanas olas me empujan, 
    contrarias fuerzas me inclinan, 
    cercanos gritos me aturden, 
    rudos encuentros me irritan. 
    Los ecos de la locura, 
    los bramidos de la orgía, 
    el huracán que en sí lleva 
    de cada mortal la vida, 
    han ahogado esos rumores 
    con que el silencio acarician 
    el insecto que se mueve, 
    el pajarillo que trina, 
    el arroyo que en la arena 
    sus cálidas gotas filtra, 
    y esos solemnes quejidos 
    que exhala la tierra misma, 
    madre amorosa, que acaso 
    por sus hijuelos suspira. 
    De estos ruidos misteriosos 
    rompen la grata armonía 
    voces que finjen lamentos, 
    ayes que parecen risas. 
    -¡A ochavito los del Santo! 
    -¡De Fuenlabrada rosquillas! 
    -¡Por dos reales a la puerta! 
    -¡A la aguadora, y qué rica! 
    -¡Todo barato lo vendo! 
    -¿Quiere usté comprarme, niña? 
    -Mamá, ¿qué son acerolas? 
    -¡Hombre, este pito no silba! 
    Y esto entre mil que te aprietan, 
    y quinientos que te pisan, 
    entre una mujer que sigues, 
    y un forastero a quien guías, 
    entre codazos y ternos 
    que los ternes no escatiman. 



    .................. 



    Héme aquí solo en la altura 
    que el Sol poniente ilumina, 
    mientras flotan en el llano 
    del crepúsculo las tintas. 
    He cruzado pensativo 
    entre diversas familias, 
    todos comen, pero nadie 
    me ha dicho: esta boca es mía. 
    Ya anochece; en la pradera 
    trémulas luces oscilan, 
    ya los rumores se apagan, 
    ya las estrellas se animan, 
    sobre las aguas del río 
    pálida la luna brilla... 
    bien hacéis los que del goce 
    aun apuráis la medida, 
    bien los que os rendís al sueño 
    el placer tras las fatigas, 
    porque mañana...¡qué diablo! 
    ¡mañana será otro día!