Soe, de Manuel Vázquez Montalbán | Poema

    Poema en español
    Soe

    En la pared el rapto de las sabinas 
    ocre y verde, desconchadas 
    marcas de humedad, raídos 
    tapizados de damasco clareados por el sol 
    tardío en el balcón de hierro blanco 
    por el polvo subían de la calle 
    el rumor y el tufido de las fritangas, 
    cabezas de corderos ciegos, pinchitos 
    de chorizo, papas asadas, pimienta, 
    mujeres en traje de chaqueta hablaban 
    de la busca, alguien arrancaba 
    un timbrazo único de aquella puerta 
    de cristal opaco -lavajes-gomas- 
    sífilis- las muchachas reían en la esquina 
    las dos o tres palabras del albañil 
    -restauraban la fachada de un bar 
    casa Manolo- invitándolas a un carajillo 
    entonces alguna mujer bostezaba, alguien 
    comentaba la desusada tardanza del doctor, 
    las hemorroides no sentaban a gusto 
    a la mujer ballena que abría la sonrisa, 
    antes en Cueva de Vera, cuando parecía 
    una rosa sin oler, jamás supuso padecer 
    un mal tan malo, señor, los médicos 
    matan, yesos del seguro no cobran 
    lo suficiente para matar con formalidades 
    piadosas -señora, tiempo ha que no la veo 
    siempre tan bella, doña Leonor, con Dios, 
    por Dios, no hacía falta, el puro- 
    en el pueblo un conejo, una gallina, entonces 
    criaba su padre en el corral hasta corderos 
    y los girasoles se burlaban del sol ahora, 
    a esta hora del crepúsculo, él, volvía 
    del esparto o de salinas de Terreros, lejos 
    casi en Murcia, ahora peón de la construcción 
    sindicado, naturalmente, el mayor trabaja 
    en Pueblo Nuevo y el pequeño jugaba 
    conmigo a marines americanos, Todos 
    a una, anunciaba el cartel del cine Edén, 
    algo más lejos, junto al bar, mal llamado Bar 
    de las Putas Francesas, relleno de putas nacionales 
    con permanentes aceitosas y avinagradas, hechas 
    por una peluquera siempre o casi siempre 
    llamada Pepita, a punto de casarse, manos 
    de oro, hoy las peluqueras se forran 
    las batas blancas de duros duros en papel 
    pringoso, antes de la guerra había moneda 
    metálica, se llevaron el oro, los dos hombres 
    se miraban, antes de la guerra, antes de la guerra 
    en el frente me mataron un hermano los rojos, 
    el otro manoseaba la cartilla de asegurado. 
    SOE, todos sufrimos, todos matamos, alguien 
    recordaba una prima lejana deshonrada, 
    los moros, tosía, tosía, el pañuelo, sangre, 
    las madres nos hacían salir al descansillo, 
    miraban el aire con temor, dicen que basta el aire 
    y no se entiende cómo van sueltos por la calle 
    los tuberculosos 

    somos los tuberculosos 
    los que más los que más nos divertimos 
    y en todas nuestras reuniones 
    arrojamos, arrojamos y escupimos 
        llegaba 
    el doctor con cara de incandescente ser planetario 
    poseía el bien y el mal en un maletín negro, 
    ¿Qué hora es? alguien inusitadamente contestaba mil 
    novecientos cuarenta y ocho, nos miraba, miraba 
    el reloj, decía, mil novecientos cuarenta y ocho 

    volvían a hacernos salir al descansillo ya veces 
    la pregunta de alguna mujer oscurecida u hombres 
    de trajes bicolores, sin corbata, nos hacían vagamente 
    importantes, sí, aquella puerta, el Seguro Obligatorio 
    de Enfermedad, obligatoria enfermedad, no lo sabíamos 
    entonces, siquiera cuando el médico extendía el volante 
    para los rayos equis, miraba de reojo aquella mancha 
    de aceite en la cartilla y nuestra madre enrojecía 
    nos daba un cachete y musitaba -estos niños, estos niños