Os digo mi destino cuando muera, una tarde, junto a la fuente virgen, a la vera del último recuerdo... Aspiro a que digáis: «Su vida era a la piedra como el canto a la alondra. Exactamente. La dejabas al mimo de la ajena y saltaba la chispa—pedernal— de una sonrisa hueca, marchita desde el centro de sí misma. Te ofrecía su vida firme en la bandeja de su amistad, llena de sí hasta los bordes. . Tenías que decirle: 'Esto pesa', y tus manos cedían, bajo el bulto, a la atracción de la tierra.» «Toma mi vida —te decía— bajo la carne de mi sonrisa fácil.» Era entonces su vida hoja seca en los brazos del viento... Diréis también: «En sus hombros las cabezas amigas tropezaban con aristas de fiera...» Luego me arrojaréis —como una piedra— al centro del olvido. Y yo me quedaré cumpliendo la condena: me moriré de pie como los árboles. Dejaré plantado en la tierra este dolmen opaco que soy. Y quedaré de pie, insensible solo, como una piedra.
Os digo mi destino cuando muera, una tarde, junto a la fuente virgen, a la vera del último recuerdo... Aspiro a que digáis: «Su vida era a la piedra como el canto a la alondra. Exactamente. La dejabas al mimo de la ajena