Mí esperanza, yo sé que tú estás muerta. No tienes de los vivos más que la instable fluctuación perpetua; no sé si un tiempo vigorosa fuiste, ahora, estás muerta. Te han roído quién sabe qué larvas metafísicas que hicieron entre tu dulce carne su cosecha. En vano el mágico abanico de tus alas con irisadas ráfagas me orea soltando al aire turbadoras chispas. Yo sé que tú eres de esas que vuelven redivivas en la noche a decir otra vez su última verba... Ya te he visto venir blanca y piadosa como un santo espíritu sobre el vaivén de las marinas ondas; te he visto en el fulgor de las estrellas, y hasta los bordes de mi quieta planta danzan tus llamas en festivas rondas. Pero si al interior vuelvo los ojos Veo la sombra de tu mancha negra, miro tu nebulosa en el vacío dar poco a poco su visión suspensa; sin el miraje de los fueros fatuos veo la sombra de tu mancha negra. No llores porque sé los ojos míos saben vivir en lontananzas huecas; míralos secos y tranquilos; márchate y el flotante ataúd reposar deja hasta que junto a ti también tendida nos abracemos como hermanas buenas y otra vez enlazadas nos durmamos en el sepulcro vivo de la tierra.
Yo no sé dónde está, pero su luz me llama, ¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!... Me nombra con el eco de un silencio divino y el luminar oculto de una invisible llama. Si alguna vez acaso me aparto del camino,
Mí esperanza, yo sé que tú estás muerta. No tienes de los vivos más que la instable fluctuación perpetua; no sé si un tiempo vigorosa fuiste, ahora, estás muerta. Te han roído quién sabe qué larvas metafísicas que hicieron
Viento suave del crepúsculo, viento de las leves alas, azulmente silenciosas y azulmente solitarias, anónimo pasajero fugaz en todas las patrias, en las misteriosas selvas y en las grutas oceánicas, viento suave del crepúsculo,